El eco de la discusión con su padre aún resonaba en la sala de la casa, un pesado manto de silencio que ninguno de los presentes se atrevía a romper. Nant, aún en los brazos de su madre, Isabel, sentía las últimas lágrimas secarse en sus mejillas, reemplazadas por la calidez y el alivio que le brindaba el abrazo de su madre. Fue en ese momento de fragilidad, que el celular en su mano vibró con un destello de luz, un pulso de vida de un mundo exterior que parecía tan lejano.
Era un mensaje de Yago. Al ver su nombre, un nudo de emociones se formó en la garganta de Nant. El mensaje era un bálsamo para su corazón herido, pero su contenido era una verdad que no podía ocultar por mucho tiempo. Las lágrimas se detuvieron, reemplazadas por una mezcla de alivio, gratitud y una profunda vergüenza.
Su madre, Isabel, que la consolaba, no pudo evitar ver el mensaje. Leyó las palabras en silencio, y su rostro, que segundos antes había estado lleno de compasión, se transformó en una máscara de profu