Las puertas del elevador se cerraron suavemente detrás de ellos, sellando el mundo exterior y abriendo las puertas a la privacidad absoluta del penthouse. Nant, de la mano de Yago, dio unos pasos hacia el interior, sus ojos explorando el vasto espacio que se extendía ante ella. La Suite Presidencial era, en efecto, inmensamente espaciosa, con techos altos que daban una sensación de amplitud y libertad. La luz tenue y cálida, estratégicamente colocada, realzaba la sofisticación de los muebles de diseño moderno, las obras de arte abstractas en las paredes y los lujosos acabados en madera oscura y mármol pulido. Un inmenso ventanal de piso a techo ofrecía una vista panorámica y deslumbrante de la ciudad de Puebla, que se extendía bajo ellos como un manto de luces titilantes, una constelación urbana que parecía bailar al compás de la noche.
Nant no pudo evitar hacer una comparación mental. La suite era, sin duda, un epítome del lujo y la comodidad, pero no era tan vasta como el cuarto de