La voz metálica y autoritaria que resonó por el intercomunicador del departamento de relojes del Palacio de Cristal no era una simple orden, sino una directriz imperativa que cortó el murmullo ambiental como un rayo. "Solicitan la atención inmediata de nuestro vendedor más experimentado en relojes. Cliente de alto perfil". La urgencia en el tono del gerente de la tienda provocó una conmoción inmediata, un pequeño pero perceptible temblor en la atmósfera que rodeaba las vitrinas de cristal pulido. Las miradas del personal, que antes se dedicaban a pulir meticulosamente el cristal o a ajustar la posición de algún brazalete, se dirigieron con un renovado sentido de propósito hacia la entrada del departamento.
Entre el personal, se distinguió un hombre de mediana edad, de figura esbelta pero imponente, con un traje impecable que parecía recién salido de la tintorería y una sonrisa perpetua, casi tallada en su rostro, que rara vez flaqueaba. Este era "el vendedor más experimentado", la joy