El silencio que siguió a la confrontación de los padres de Nant era tan pesado que podía sentirse en el aire. La cachetada de Clara había sido un eco de la frustración y la tristeza que ambos sentían, y ahora, con la furia desvaneciéndose, solo quedaba la cruda verdad de la situación. Nant, todavía en los brazos de su madre, sollozaba sin control, el dolor de las palabras de su padre más hiriente que cualquier golpe físico.
Ernesto, con la mano en la mejilla, se acercó a su hija con pasos lentos, su semblante de furia ahora era de arrepentimiento y confusión. Fue entonces cuando Nant, con la voz quebrada por las lágrimas pero con una fuerza que sorprendió a todos, le respondió a su padre.
—Papá… —dijo Nant, separándose de su madre, sus ojos, aún rojos y llorosos, se encontraron con los de él—. A Yago lo conocí en una conferencia de la Iglesia durante la pandemia. ¿O ya te olvidaste que fuimos a Veracruz a conocerlo a él y a su familia?
La pregunta de Nant fue un golpe de realidad para