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Miranda se cambió de ropa a regañadientes. No tenía intención de seguir sus órdenes, pero sabía que un escándalo en el resort solo complicaría su situación. Bajó al restaurante con la intención de mantener la distancia emocional.

Encontró a Alec y Edward sentados en una mesa con vistas al mar. Edward estaba devorando con entusiasmo su desayuno.

—¡Miranda! —la saludó el niño con una sonrisa.

—Buenos días, Edward —saludó Miranda, devolviéndole el saludo con una calidez inesperada, la única que se permitía mostrar.

Se sentó frente a ellos. Alec la observó de reojo, notando la interacción genuina entre ellos.

Comieron en un silencio tenso, roto solo por los comentarios y las risas de Edward.

Al terminar, el niño no tardó en sacar el tema que más lo emocionaba.

—Papá, ¿podemos ir a la piscina ahora? ¡Dijiste que temprano!

—Claro que sí, hijo. Vamos a ponernos los trajes de baño —dijo Alec, levantándose. Luego se dirigió a Miranda—. Vamos, Miranda.

—No, no voy a ir. Vayan ustedes —s
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