Las palabras de Vera aún en la cabeza de Miranda "intenta disfrutar". Al despertar esa mañana, Miranda sintió que los rayos solares eran diferentes. Abrió las cortinas y se asomó al balcón, encontrándose con una vista hermosa.
El mar se extendía a lo lejos; la costa era paradisíaca. La brisa marina le golpeó el rostro y, por un instante, se sintió agradecida por un día más de vida. Sonrió, permitiendo que la vitamina D del astro dorado la inundara. Quería realmente relajarse y sentirse mejor.
De pronto, se sobresaltó cuando alguien a su lado carraspeó, aclarando la garganta. Era Alec, junto a ella. Miranda dio un respingo por la sorpresa, se giró de inmediato y se cruzó de brazos. La efímera felicidad de su rostro se borró, reemplazada por la frialdad.
—¿Hace cuánto tiempo que estás aquí? —quiso saber ella.
Alec se mantuvo tranquilo, relajado, sosteniendo una taza de café en su mano.
—¿No te parece que esta vista es maravillosa, Miranda? Ahora me darás la razón. Por supuesto que nec