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Miranda se separó del abrazo de su hijo, con los ojos todavía llenos de lágrimas, y permaneció agachada a la altura del pequeño. Sostuvo el rostro de Edward entre sus manos con una dulzura indescriptible. El niño estaba visiblemente emocionado y feliz de verla.

—¿Por qué has tardado tanto? Te extrañé todos estos días —fue lo único que dijo Edward, haciendo que el corazón de Miranda se arrugara de dolor y ternura.

Ella no podía hablar correctamente; las palabras salían a duras penas, atrapadas en su garganta.

—Lo siento mucho, pequeño. La verdad es que tenía tantas cosas en las que pensar —explicó con voz temblorosa—. Pero ¿acaso no es lo menos importante ahora que regresé? Yo también te eché de menos, pequeño.

Edward asintió eufóricamente con la cabeza.

—Pero no te vayas a ir otra vez, por favor. Te lo suplico. No quiero que te vayas de nuevo, no quiero otra vez sufrir por tu ausencia —susurró, con la voz rota y los ojos llenos de súplica.

Miranda volvió a darle un abrazo corto
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