Zamir puso el auto en marcha y condujo hasta el edificio de Vera.
—Gracias por esta noche —pronunció ella al bajar, sintiendo todavía el cosquilleo en los labios.
Vera subió a su departamento sintiendo que flotaba. Acababa de pasar una noche completamente diferente a cualquier otra. Tenía mariposas en el estómago y todavía podía sentir la textura de ese beso como si estuviera ocurriendo en ese mismo segundo.
Cuando se presentó en medio de la sala, se encontró con que Miranda todavía no se había ido a la cama. Estaba sentada en el sofá, con un libro en el regazo que claramente no estaba leyendo.
—Al fin has llegado —soltó Miranda, cerrando el libro—. ¿Cómo te ha ido?
Vera titubeó. No quería alardear sobre lo feliz que se sentía; viendo la situación tan precaria y dolorosa de su amiga, le parecía casi un insulto restregárselo en la cara.
—Digamos que fue... interesante —se limitó a decir, quitándose los tacones—. No hay nada del otro mundo en realidad. La comida estuvo buena.
Mi