—Lo entiendo, papá. Aún así, las extraño demasiado —continuó diciendo el niño, con esa vocecita que se clavaba en el alma de Alec.
Alec tragó el nudo en su garganta y forzó una sonrisa reconfortante.
—Creo que es mejor que te vayas a la cama. Ven, yo te voy a leer un cuento esta noche.
—¿Está bien? —El niño sonrió un poco, ligeramente más animado.
El hombre se sintió un poco más tranquilo al ver ese cambio. Se dirigieron a la habitación de Edward. El niño se lavó los dientes, se secó la cara con su toalla de dinosaurios y, minutos después, ya estaba listo y preparado para dormir bajo las sábanas.
Alec arrastró una silla para sentarse a su lado y comenzó a leer el cuento. Su voz grave y monótona llenó la habitación, creando un ambiente seguro. Mientras leía, los párpados de Edward comenzaron a pesarle, y el niño se fue quedando lentamente dormido.
Cuando por fin Edward cayó en un sueño profundo y su respiración se volvió rítmica y pacífica, Alec dejó el libro sobre la mesa. Se inc