Un pesado silencio se había abatido sobre el lugar, y la multitud se quedó petrificada como si fueran estatuas.
Williams avanzó con un paso lento y deliberado. Sus zapatos negros chapotearon levemente en el charco de sangre mientras se arrodillaba junto a la inerte figura cubierta por una sábana blanca, la cual tenía la mitad empapada de un tono rojo.
Con una mano temblorosa, apartó la sábana.
Y su mundo se detuvo.
—¿Peter...?
Su voz se quebró y el escalofrío que lo recorrió no era por el viento.
Era Peter, su último protegido, su heredero elegido y el futuro del apellido Gravesend. Sin embargo en aquel momento, había sido reducido a un cadáver destrozado.
—No... no, no, no —rugió Williams, con el rostro distorsionado por la rabia y el dolor. Apretó los dientes con tanta fuerza que los músculos de su mandíbula se contrajeron y preguntó: —¿Cómo pudo volver... a pasar esto?
Acercó un poco más el cuerpo de Peter y la cabeza del muchacho se balanceó sin vida en sus brazos.
Unos dí