—Señor Williams... se ve tenso —dijo Oscar, mostrando una sonrisa fingida —. Si tiene algo más urgente que atender, no dude en marcharse. Yo puedo ocuparme del recibimiento.
Williams no lo miró y solo replicó: —¿Qué podría ser más importante que recibir al rey de la guerra?
Su voz era suave, incluso cortés, pero era imposible no notar la ironía que había debajo. Ambos hombres sonreían, pero ambos se odiaban en silencio, pues así funcionaba el mundo de los negocios, muchas veces con la hipocresía de por medio.
Oscar se ajustó los puños de la camisa y dijo: —Por supuesto, después de todo, es su empresa.
—Correcto —dijo Williams, girándose ligeramente hacia él —, el Grupo Gravesend le pertenece a mi familia, así que, naturalmente, me corresponde a mí mostrarle el debido respeto a alguien de su... clase.
Aquel comentario incomodó un poco a Oscar, por lo que su mandíbula se contrajo, y aunque mantuvo la sonrisa, su silencio decía más que las palabras.
“Mentiroso, estás sudando porque