—Estás acabado. Eres culpable de matar a mis hombres. Ya llamé a la policía. Maldito miserable, estás en serios problemas —rugió el gerente, esforzándose por ponerse de pie, con la sangre colando de un corte sobre la ceja.
Jaden ni se inmutó. En cambio, se quedó allí, con las manos en los bolsillos, tranquilo como el agua en calma.
—Nadie en este mundo puede arrestarme —respondió secamente, como si fuera una verdad universal.
—No serás tan arrogante cuando estés pudriéndote detrás de las rejas —espetó el gerente—. Estarás gritando y pidiendo clemencia antes de que termine la semana.
Jaden soltó una risita burlona y avanzó lentamente mientras el suelo crujía bajo su peso. Luego, sus ojos se entrecerraron.
—Tienes mucha confianza. Me gusta eso —dijo con una leve sonrisa burlona—. Muy bien. Esperaré. Llama a quien quieras.
El gerente lo miró, momentáneamente desconcertado por lo relajado que parecía estar.
***
Quince minutos después, las luces rojas y azules parpadeaban fuera de l