La sonrisa servil de Morix Sable se congeló en un instante. Después, su cara se tornó de un rojo intenso, casi morado. Sus fosas nasales se ensancharon como las de un toro a punto de embestir.
Lentamente, giró la cabeza hacia el supervisor de seguridad y su equipo; su mirada era tan filosa que parecía capaz de arrancar la piel a tiras.
—Bola de imbéciles, ¿tienen idea de a quién acaban de ofender? —gruñó.
—¡Plaf!
Su mano impactó con fuerza en la cara del supervisor, mandándolo al suelo.
—Por favor, perdóneme, señor, no sabíamos que...
—Están todos despedidos. ¡Lárguense de mi vista!
Los hombres se quedaron pasmados, sin saber qué hacer.
—¡Dije que se larguen! —gritó Morix, dando un paso pesado hacia adelante.
Los guardias se dispersaron como ratas asustadas, huyendo despavoridos y con la cola entre las patas. Sin perder el ritmo, Morix se volvió de nuevo hacia Jaden. La sonrisa aduladora regresó a su cara como si se hubiera puesto una máscara nueva.
—Por favor, señor. Por aquí.
Jaden b