Las luces de la arena se encendieron. El suelo seguía manchado con la sangre del asalto anterior, pero el equipo de mantenimiento ni siquiera se molestó en limpiarlo. A nadie le importaba.
Todos tenían la mirada clavada en el escenario, esperando a que se anunciara el siguiente nombre.
La voz del presentador resonó, nítida y potente, a través de los altavoces:
—¡A continuación, representando al Sindicato Blackgate... el Maestro Soryu, del Monasterio de las Diez Mil Palmas!
La multitud se agitó. Incluso los tipos escandalosos de la primera fila se enderezaron en sus asientos. Nadie bromeaba cuando se mencionaba ese nombre.
Soryu salió a escena, con su cabeza calva brillando bajo los reflectores y las manos entrelazadas a la espalda. Vestía una túnica de color rojo oscuro y parecía un monje, pero no de la clase pacífica. Su cuerpo estaba esculpido por años de entrenamiento riguroso y el aire a su alrededor vibraba con una presencia intimidante.
Era conocido. Respetado. Temido. Un arma a