Hannah intervino, haciendo sonar sus tacones con fuerza contra el piso al interponerse entre Alex y la chica a la que él estaba acorralando.
—Señor Rivers, creo que hay un malentendido —dijo con calma, aunque su voz mostraba firmeza—. Esta chica no parece una de sus fans. Déjelo pasar.
Alex Rivers le desagradaba; lo consideraba un tipo arrogante e inaguantable, pero su abuelo había arreglado esa “conexión” con la esperanza de elevar el estatus de la familia.
Alex era un nombre en ascenso en el mundo del entretenimiento, y Hannah tenía ambiciones que iban mucho más allá de su aburrida carrera como maestra. Era su boleto de salida, y no estaba lista para quemar esa nave... todavía.
Alex entrecerró los ojos y expulsó el humo del cigarrillo que colgaba con desidia de sus labios. Giró la cabeza apenas un poco, clavando la mirada en Danny. Aquella mirada no solo era dura; era letal.
Danny sintió una punzada terrible en el estómago. En cuanto sus ojos se encontraron, tuvo la sensación de que