Capítulo noventa y uno. La marca de la traición
Nadie durmió esa noche.
La torre se convirtió en un cuartel improvisado, un vórtice de nervios, estrategias y silencios cargados de sospecha. Afuera, el viento ululaba como si la propia tierra estuviera llorando por Kael. Dentro, Lyra no se permitía ni una lágrima.
—¿Cómo rastreamos algo que se oculta entre nosotros? —preguntó Solene, aún pálida, con los labios resecos. Sus manos estaban cubiertas de cenizas y sangre.
—Desde el corazón —respondió Morgana, cerrando el grimorio con un golpe seco—. La magia negra se alimenta de las grietas. De los miedos. Hay que ser más fuerte que eso.
Lyra tomó aire, sosteniendo a Liam contra su pecho. El niño no había llorado, como si hubiera sentido que su padre no quería lágrimas, sino fuerza.
—Kael dijo "ella" —repitió Ewan por quinta vez esa noche—. No "ellos". No "él". Dijo "ella". Y lo dijo con furia. Con decepción.
Morgana bajó la mirada, tensa.
—¿Crees que hablaba de mí? —preguntó, desafiante—. ¿