Capítulo Ochenta y Ocho: Una tregua de amor y sospechas.
La luz del amanecer se colaba por los ventanales del castillo como un susurro cálido, acariciando los rostros dormidos en la gran cama. Lyra se removió apenas, aún envuelta en los brazos de Rowan, cuya respiración tranquila marcaba un ritmo sereno y protector. Entre ellos, los trillizos dormían en posiciones caóticas: uno con el pie sobre el pecho de su padre, otra enredada en el cabello de su madre, el tercero abrazado a una almohada más grande que él.
Lyra sonrió, sin moverse. Ese instante, ese refugio en la madrugada, era su mundo. Todo lo demás podía esperar.
—Te estás riendo —murmuró Rowan sin abrir los ojos, su voz profunda vibrando contra su cuello.
—No me río —susurró ella, pero el tono la traicionó.
Él abrió un ojo, la miró con una ternura que la dejó sin aire.
—Te ríes como Serena, pero tienes el fuego de Lyra. Eres ambas… y eres mía —sus palabras fueron suaves, pero firmes. Sin duda, sin temor.
Lyra no respondió, solo