Capítulo Sesenta y Cinco. Lo que arde al amanecer.
El amanecer llegó como un juicio silencioso.
Nada se dijo en voz alta, pero el aire del castillo estaba más denso. Más tenso. Como si los muros hubieran visto demasiado.
Kael no durmió.
Había pasado el resto de la noche en la sala del consejo, mirando mapas sin verlos, planeando estrategias sin propósito. La copa que había roto seguía en su mano. El corte en la palma ya estaba cicatrizando. Lo que no sanaba era la imagen de Lyra en brazos de Rowan, besándolo como si en él hubiera encontrado todas las respuestas.
No le gritó.
No la buscó.
Porque sabía que si abría la boca, su voz temblaría. Y los Reyes Alfa no tiemblan.
Pero esa mañana, no quería ser rey. Solo quería que el destino le devolviera lo que creyó ganado.
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Lyra tampoco durmió.
El beso con Rowan ardía en su piel. Lo