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Capítulo VII: El Tablero de Cristal

Desde el cuadragésimo piso de la Torre Thorne, el mundo no parece estar hecho de personas, sino de flujos de capital, vectores de fuerza y debilidades estructurales. Para Alexander Thorne, la vida siempre había sido una ecuación de alta precisión. Criado bajo el rigor de una estirpe que no aceptaba el segundo lugar, su existencia fue, desde la infancia, un entrenamiento militar disfrazado de etiqueta y protocolo. Sus padres no le dieron juguetes; le dieron balances de situación. No le enseñaron a jugar; le enseñaron a ganar.

Heredar el conglomerado Thorne Capital no fue un deseo, fue un destino manifiesto. Un trabajo monótono y cíclico que, a pesar del lujo y el poder, se sentía como una jaula de oro. Hasta que apareció el factor disruptivo: Mateo Johnson.

Alexander se reclinó en su sillón de cuero italiano, observando las luces de la ciudad. Durante el último año, la compañía de Mateo se había convertido en una estrella emergente, un parásito molesto que se alimentaba de los márgenes de beneficio que Thorne consideraba propios. Competían por el Proyecto Helios, una licitación automotriz que definiría el mercado de la próxima década. Alexander, fiel a su naturaleza, decidió diseccionar a su rival.

—Informe —ordenó Alexander sin mirar a su secretaria, quien entró con la precisión de un reloj suizo.

—La empresa de Johnson ha resuelto tres crisis de reputación en seis meses, señor Thorne —explicó ella—. Todas parecían fatales, pero fueron gestionadas con una brillantez casi quirúrgica. No fue Mateo. Fue una firma externa, o alguien en las sombras.

Alexander activó su red de contactos. Si Mateo era el rostro, necesitaba saber quién era el cerebro. Fue entonces cuando el nombre de Sofía apareció por primera vez en su radar.

La investigación inicial fue puramente estratégica. Alexander quería reclutar al talento detrás de Mateo para dejarlo desarmado antes de la licitación. Pero lo que encontró en los expedientes de su detective privado fue algo mucho más oscuro y fascinante.

—Aquí tiene, señor —le había dicho el detective semanas atrás, extendiendo un sobre con fotografías—. Mateo Johnson no solo es un mediocre en los negocios; es un imprudente en su vida privada.

Alexander repasó las imágenes de Mateo saliendo de hoteles con Camila Smith. Una sonrisa fría cruzó su rostro. Era el arma perfecta. Pero lo que realmente detuvo su respiración no fue la infidelidad de su rival, sino el perfil de la esposa: Sofía.

Al investigar sus antecedentes para entender su lealtad hacia un hombre como Mateo, sus analistas tropezaron con un muro de irregularidades legales en su adopción por parte de los Smith. Alexander, utilizando recursos que solo un apellido como el suyo podía comprar, profundizó hasta llegar a la raíz. Encontró el rastro de una empresa automotriz legendaria, un imperio que había sido canibalizado hace veinte años, y una niña que "desapareció" en el proceso.

Sofía no era una huérfana rescatada por la caridad de los Smith. Era una heredera cuyo linaje había sido borrado para que otros pudieran saquear su herencia.

—Brillante —susurró Alexander en su despacho aquella noche—. La inteligencia de una estirpe de acero, contenida en una mujer que no tiene idea de quién es.

Su plan era sencillo: revelarle la verdad, usar su sed de venganza para destruir a Mateo desde dentro y asegurar el Proyecto Helios. Era un movimiento de negocios impecable. Despiadado. Muy al estilo Thorne.

Sin embargo, el propósito oculto de Alexander comenzó a agrietarse el día que la vio fuera del hospital.

Él esperaba encontrar a una mujer destrozada, una víctima fácil de manipular con un poco de amabilidad y un contrato millonario. En cambio, se encontró con una determinación que lo dejó descolocado. Sofía, incluso con la mejilla hinchada y el brazo quemado, mantenía una dignidad que Alexander no había visto en ninguna de las mujeres de la alta sociedad con las que había crecido. Ellas eran de cristal; Sofía parecía hecha de una fibra que se fortalecía bajo presión.

Al observarla manejar la traición de Mateo con esa mezcla de vulnerabilidad y coraje, Alexander sintió algo que no estaba en sus manuales de estrategia. No era solo admiración profesional por su capacidad de relaciones públicas, aunque verla "limpiar" los desastres de Mateo mientras su propio corazón se rompía era, en términos técnicos, una hazaña de estoicismo.

Era algo más personal. Algo que lo hacía sentir que su propia vida monótona de CEO era una farsa comparada con la autenticidad del dolor de ella.

—¿Por qué me ayuda? —le había preguntado ella en el coche.

Él le respondió con la verdad profesional, pero omitió la verdad emocional que estaba naciendo en sus entrañas. No podía decirle que verla ser despreciada por un hombre como Mateo Johnson le provocaba una rabia irracional, una necesidad de protección que chocaba de frente con su naturaleza calculadora.

Esa noche en el banquete, Alexander disfrutó cada segundo de la humillación de los Smith. Ver a Sofía caminar a su lado, ver cómo su mera presencia validaba la importancia de ella, le daba una satisfacción que ningún cierre de mercado le había proporcionado jamás.

Pero entonces, apareció el extraño. Simón.

Alexander sintió un instinto territorial inmediato. Sus años de alta sociedad le habían enseñado a leer a las personas por su postura y su tono de voz. El hombre que llamaba a Sofía "hermana" no era un impostor. Tenía el mismo peso de autoridad que Alexander, el mismo aura de poder absoluto.

Mientras observaba a Sofía mirar al recién llegado con esos ojos llenos de una esperanza temerosa, Alexander apretó los puños. Su propósito inicial de usarla como una herramienta para ganar un proyecto se sentía ahora sucio, casi insignificante.

¿Quién era Simón Lennox? ¿Y qué papel jugaba Alexander ahora en la vida de una mujer que estaba a punto de descubrir que era más poderosa de lo que él mismo había imaginado?

Alexander Thorne, el hombre que siempre tenía todas las respuestas, se encontró por primera vez frente a un enigma que no quería resolver con lógica, sino con presencia. Sus intenciones seguían siendo un misterio incluso para él mismo. ¿Quería a la Directora de Relaciones Públicas? ¿Quería la caída de Mateo? ¿O quería, por primera vez en su vida, ser el único hombre capaz de sostener el mundo de Sofía cuando este finalmente estallara?

Se quedó allí, de pie en medio del salón, con la mirada fija en el contacto visual entre Sofía y Simón. El tablero de cristal se había roto. La estrategia había muerto.

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