Mundo ficciónIniciar sesiónEl apartamento de los padres adoptivos de Sofía no estaba lejos de la oficina de Mateo, pero se sintió como si hubiera viajado a otro mundo. Cruzar el umbral fue como volver a la celda de una prisión que creyó haber abandonado.
Apenas entró, Sofía vio la escena que siempre la había hecho sentir miserable: su padre adoptivo, Robert Smith, su madre adoptiva, Doña Lourdes Smith, y Camila Smith, su hermana, estaban en la sala, riendo fuerte alrededor de una mesa puesta para la cena. La mesa era grande, llena de platos caros.
Lo más sorprendente fue ver a Mateo Johnson sentado con ellos, como si fuera parte de la familia. Estaba vestido con ropa de casa y se servía vino con total naturalidad. Verlo allí, tan cómodo en el regazo de la gente que la había maltratado toda su vida, confirmó la peor de sus sospechas: él era uno de ellos, y su matrimonio había sido solo una fachada. Sofía se sintió una completa extraña, fuera de lugar, como si hubiese irrumpido en una fiesta que no era suya.
Recordó todos esos años de favoritismo descarado hacia Camila y el constante maltrato hacia ella. Había aguantado en silencio cada crítica, cada golpe verbal, convencida de que así mantendría la paz. Pero esa etapa había terminado.
Doña Lourdes Smith la vio y su sonrisa se borró, dejando solo una expresión de impaciencia.
—Llegas tarde, Sofía —dijo la madre, sin ofrecerle un saludo afectuoso—. Siéntate. Tenemos cosas importantes que discutir.
Robert Smith fue directo al grano, ignorando las quejas de su esposa sobre la hora.
—Queremos que tú y Mateo procedan con el divorcio de inmediato y en secreto —ordenó, como si estuviera dando una instrucción de negocios.
Sofía sintió una punzada de dolor, no por la orden, sino por la descarada rapidez con la que querían deshacerse de ella.
—Así, tu hermana podrá casarse con Mateo en poco tiempo — continuó el padre, con un brillo codicioso en los ojos. Explicó que la empresa de Mateo estaba en un gran momento, y si anunciaban la unión de la rica familia Smith con el exitoso CEO, las acciones de su propia empresa subirían aún más.
Para ellos, Sofía era un obstáculo que debía ser eliminado para el beneficio de Camila.
Sofía miró a Mateo. Una pequeña parte, una parte tonta y desesperada, esperaba que él se levantara, que dijera algo, cualquier cosa, para defenderla. Después de todo, habían compartido cinco años. ¿Acaso no significaban nada?
Mateo ni siquiera la miró. Su rostro estaba frío, inexpresivo. Se sirvió un trozo de carne del plato central. Su indiferencia era la bofetada más dolorosa de todas.
El rostro de Sofía se endureció. Si no iba a tener compasión, al menos tendría dignidad.
La madre adoptiva, al ver la expresión de desafío de Sofía, se inclinó y cambió de tono, recurriendo al chantaje emocional.
—Hemos invertido tanto en tu crianza, Sofía —susurró, con un tono de falsa víctima—. ¿No te da vergüenza ser tan desagradecida? Una hija adoptiva como tú, con ese origen misterioso, no puede ayudarle a Mateo en nada. Solo eres una mancha en nuestra familia. — El padre intervino con la amenaza más efectiva.
—Tu abuela sigue en coma en la residencia, y tú sabes que esos gastos mensuales son enormes. Tú sola no puedes costearlos. Solo nuestra familia puede ayudarte, Sofía. Si nos ayudas con el divorcio, te daremos un poco de dinero para la abuela.
La conversación era ridícula, cruel, y llena de hipocresía. Sofía sintió una furia que nunca antes había experimentado.
—No tengo que aguantar esto —dijo Sofía, mirando a sus padres.
En ese momento, Camila, se levantó, interpretando el papel de la inocente con una perfección teatral.
—Ay, Sofía, no digas eso —dijo Camila, con una voz suave y falsa—. Yo sé que estás dolida. Pero debes entender... Mateo y yo salimos primero. Fuiste tú quien me confesó que te gustaba, y yo, por ser una buena hermana, decidí retirarme de forma inmadura y me fui a estudiar. Yo rompí con él.
Camila fingía ser una víctima, torciendo la verdad con una calma impresionante. Se hizo la ofendida y acusó a Sofía.
—Tú fuiste la tercera en discordia que arruinó nuestra felicidad. Ahora solo estoy corrigiendo el error del pasado.
La mentira descarada hizo que la sangre le hirviera a Sofía. Todo el control que había mantenido durante la mañana se rompió.
—¡Estás mintiendo! —gritó Sofía, levantándose tan rápido que su silla cayó al suelo—. ¿Acaso no fuiste tú quien lo sedujo después de saber que me gustaba? ¡Te aprovechaste de que él estaba solo y confundido!
El caos se desató. Justo cuando Sofía terminó de hablar, se oyó un ruido seco. Una bofetada ardiente golpeó su rostro con una fuerza brutal. Fue su padre adoptivo, cuya cara estaba distorsionada por la furia, quien la había golpeado.
El impacto la hizo tambalear. El ardor en su mejilla era intenso, pero el dolor en su corazón era infinitamente peor. Las lágrimas que había reprimido durante toda la noche por Mateo y durante toda su vida por su familia adoptiva, quisieron salir.
Pero la bofetada fue el último acto de humillación que Sofía estaba dispuesta a recibir. Se enderezó, limpiándose la lágrima solitaria con la palma de la mano.
—Quién lo quiera, que se lo quede —dijo Sofía con voz temblorosa pero firme, mirando directamente a Mateo—. No deseo a un hombre así.
Apenas terminó de hablar, el padre adoptivo, fuera de sí por la rabia, volcó la mesa de cena. Los platos, los cubiertos y la comida salieron volando.
Sofía sintió un dolor agudo en su brazo derecho. La sopa caliente, que acababa de derramar el padre, impactó directamente en su piel. Era tan caliente que gritó, instintivamente llevando su mano izquierda a la quemadura.
En medio del desorden, buscó los ojos de Mateo. Su marido, el hombre por el que había sacrificado cinco años, estaba ocupado haciendo algo: abrazaba a Camila Smith para protegerla de la comida que caía. La madre adoptiva, por su parte, se apresuró a revisar a Camila y a Mateo, preguntándoles si estaban bien, si necesitaban ir al hospital, ignorando por completo el gemido de dolor de Sofía.
Sofía miró su brazo. Estaba rojo, ya formando ampollas. Era la prueba física de que no le importaba a nadie en esa habitación.
Sin decir una palabra más, Sofía cogió su bolso del suelo y se dirigió a la puerta. Mientras salía, la voz de su madre adoptiva la persiguió, llena de amenaza:
—Te aconsejo que no comentes este asunto con nadie. Será mejor para todos.
Sofía caminó hasta que sus piernas no pudieron más, hasta que sintió que el aire fresco podía limpiar la humillación. Sacó su teléfono y llamó a su mejor amiga, Lia Astor.
—Te veo en el Bar del Soho en diez minutos —dijo Sofía, sin dar explicaciones.
Lía, al ver el brazo de Sofía y la marca roja en su mejilla, se alarmó, pero antes de preguntar, Sofía solo pidió el trago más fuerte que tuvieran.
—¿Qué te pasó? ¿Fue él? —preguntó Lia, asustada.
Sofía simplemente relató la pelea y la humillación, omitiendo los detalles más dolorosos. Lía, una mujer directa, la criticó, pero con amor.
—¡Por fin! ¡Ya era hora! —exclamó Lia, bebiendo su cóctel—. Siempre fuiste una workaholic, Sofía, y peor aún, la sombra de Mateo. Tu vida siempre giraba alrededor de él, resolviéndole los problemas. Ahora que estás así, es genial, libre de cargas.
Las palabras de Lía la hicieron reaccionar. No estaba sola.
Sacó su teléfono, entró en el correo electrónico y escribió un mensaje corto y profesional a Mateo. Adjuntó el archivo del acuerdo de divorcio que él había firmado sin leer.
Asunto: Acuerdo de Separación
Mateo:
Adjunto el acuerdo de divorcio. Lo firmaste esta mañana junto con los documentos de la crisis.
Los abogados se ocuparán del divorcio a partir de ahora. Por favor, solo comunícate con ellos.
Sofía.
Ella pulsó Enviar. Fue el acto más liberador que había hecho en años.
Minutos después, su teléfono vibró sin parar. Mateo, que no la había llamado por su nombre en cinco años si no era por trabajo, le envió innumerables mensajes de texto.
Amor: ¿Qué demonios significa esto? ¡No firmé nada!
El mensaje resonó en la cabeza de Sofía, no por el contenido, sino por el apodo cariñosamente escrito tiempo atrás, uno que cambió enseguida y por fin sonrió genuinamente.
Mateo Johnson: ¡Vuelve ahora mismo!
Mateo Johnson: ¡Sofía! ¡Esto es ilegal!
Ella los ignoró todos. Luego, el teléfono sonó. Era él, llamándola.
—¿Dónde estás? —preguntó Mateo, con una voz cargada de ira y confusión—. ¡No hagas tonterías! ¡No te atrevas a hacer esto!
Sofía sonrió, una sonrisa fría y amarga, la sonrisa de una mujer que había despertado.
—Ya no es tu problema —dijo y colgó el teléfono.







