El Precio
El Precio
Por: Luciana
Capítulo 1
Después del funeral, regresé a la casona... y ahí los encontré : Leonardo Alpha traía a Isabella en brazos.

Ella, recostada en sus brazos, murmuró con voz dulzona:

—Mi Leo... Muchas gracias por dejarme quedar en tu casa y por cuidarme con mucho cuidado y dedicación.

Con mi pierna tan lastimada... ¿qué sería de mí sin ti? Leonardo la miró con una dulzura que nunca usaba conmigo:

—No hay que dar las gracias, Isabella. Al fin y al cabo... somos familia.

Los vi entrar a la habitación de invitados. Él se arrodilló con devoción frente a ella y le revisó la herida con un cuidado que nunca tuvo conmigo. Y sentí un profundo dolor ...

Una vez, mientras escalaba una montaña, me caí de manera accidental y me rompí la pierna. El dolor era tan intenso que no pude evitar llorar. Sin embargo, él se mostró indiferente:

—Eres una Beta, tu cuerpo se cura solo. ¿Tanto drama por esto?

¡Se le olvidó que mi capacidad de regeneración era peor que la de un Omega después de la última guerra!

Al final, fue un sirviente quien me llevó al hospital.

Con el solo hecho de pensarlo... sentí una profunda tristeza.

Subí a hacer mi maleta. Después de abrir el armario, vi esos preciosos vestidos que compré para él, para que me viera linda... Y, sin pensarlo dos veces, la tristeza me ahogó.

Después de estar juntos, se tornó cada vez más distante. Siempre decía que yo era aburrida, que no era sexy como las otras lobas...

¡Pero yo no fui siempre así!

Fueron sus desprecios e indiferencias las que me fueron secando el alma.

Al pasar frente al cuarto de mi niño, el corazón se me hizo mil pedazos.

Mi Jack... solo tenía cinco años. El futuro heredero de La manada Lunasangre. Un ángel que se fue con el corazón partido por un deseo tan simple: ver ese maldito circo.

Pero Leonardo prefirió llevar a Isabella a ver las dichosas flores del Valle Rosado... ¡y le negó a su propio hijo su último deseo!

Bajé apresurada las escaleras con la maleta en la mano, y ahí estaban justo: Leonardo cargando a Isabella, listos para subir.

Pasó rozándome el hombro, sin dignarse a voltear la cabeza ni un instante hacia mí.

—Leonardo... —La voz casi no me salió—, nos.… nos separamos.

Casi digo «rompamos el vínculo de compañeros», pero, justo en ese momento recordé: ¡nunca hicimos el rito de marcaje!

Se detuvo en seco:

—¿Otra vez con ese estúpido drama para que te mime? Esta vez no pienso perder mi tiempo contigo.

Dicho esto, siguió subiendo, despreocupado.

Él creyó que era otro de mis chantajes... como cuando era joven y usaba ese tema para que me diera migajas de cariño.

Pero esta vez era diferente.

La muerte de mi pequeño Jack me mostró la verdad:

No se puede esperar amor... donde solo hay desprecio.

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