—¿Por qué me ignoras? —Repitió, sonaba como si intentara animarla.
Cuando un hombre de la posición y poder de Mateo se dignaba a mimar a una mujer, era fácil confundir sus intenciones con amor y caer en la trampa. Aún así, Valentina tenía clara una cosa: ese amor, si es que él sería capaz de sentirlo, nunca sería para ella. Era todo para Luciana.
—¡Suéltame! —insistió, bajando la mirada.
—¿Estás enojada?
—¿Tengo derecho a enojarme?
—¿Te lastimé la cintura cuando te empujé?
—No —negó ella.
La mano de Mateo se posó suavemente en su cintura: —¿Fue aquí?
Sí, era allí. Mientras se bañaba, lo había visto; el moretón que tardaría varios días en desaparecer. Ahora él sostenía el área lastimada con calidez, pero quería rechazar ese contacto. No quería migajas de afecto y menos después de lastimarla. Prefería su crueldad constante, la herida sanaría con o sin su preocupación.
—No es ahí. Señor Figueroa, ¡suélteme! —intentó apartar sus dedos.
Era la primera vez que Mateo la veía enojada. Había vi