—Ve a descansar —dijo Dolores con cariño.
Cuando salía, Mateo apareció, acercándose a la cama.
—¡Fuera de aquí! —le espetó Dolores.
—Abuela, lo siento, me equivoqué —se disculpó, con sinceridad.
—No necesito tus disculpas. ¡Se las debes a otra persona!
—Es cierto, joven señor —intervino Fausto—. Usted se fue corriendo con esa mujer mientras la señora se quedaba a cuidar de su abuela. Tal parece que Valentina es más familia que usted.
Mateo suspiró.
—¡Y la empujaste contra el escritorio! Que no se quejara no significa que no le doliera.
—¡Joven señor, debería tener más conciencia! ¡No puede maltratar de esa manera a su esposa!
Ambos lo reprendían sin parar.
—Abuela, ya que te encuentras mejor de salud, me retiro a mi habitación —dijo Mateo, mirando hacia el lugar por donde había desaparecido Valentina.
Cuando se fue, Dolores suspiró:
—¿Cómo puede Mateo estar tan ciego por esa otra mujer? Sí Valentina es una chica maravillosa.
—Señora, usted, mientras dormía, llamaba al joven señor. Ella