Sabía que era veloz, pero no imaginaba que pudiera serlo tanto. En los juegos, él nunca había encontrado un rival digno hasta ahora: Estaban igualados, algo inesperado para él.
Joaquín empezó a preocuparse:
—¡Carajo, Mateo, esta mujer te está causando problemas! Mantente firme, no puedes perder. Si pierdo esta ronda, caeré de rango.
Apenas terminó de hablar, Fernando entró:
—Señor, acaban de llamar de la casa familiar...
¿Qué habría pasado en la casa familiar? Mateo se distrajo.
Un instante después: PARTIDA FINALIZADA.
Los dedos de Mateo se detuvieron, había perdido. Aprovechando ese segundo de distracción, ella le había asestado un hachazo, derribándolo. ¡Había perdido ante ella! Y él que planeaba darle una lección y hacerla llorar.
Un aullido de lamento sonó. Joaquín miraba su cuenta de juego, incrédulo:
—¿Perdiste? ¡No! ¡Me he convertido en bronce! —Le había tomado tres años alcanzar el rango leyenda y solo necesitó unas cuantas partidas para caer a bronce. ¿Por qué? Sentía que su c