Nicolás se estremeció de dolor. La nuez de Adán era el punto más vulnerable y sensible de un hombre, y con ese mordisco sintió que podría perder el control ahí mismo.
Daniela soltó su presa y lo miró.
—¿Te duele?
La garganta de Nicolás ahora lucía una delicada marca de pequeños dientes, el sello de Daniela.
—Sí —respondió con voz ronca.
—Pues recuerda este dolor. La próxima vez que hables con mujeres desconocidas, yo...
Nicolás sonrió de repente.
—Ya entiendo.
—¿Qué entiendes?
—Que estás celosa.
El corazón de Daniela dio un vuelco. Quiso negarlo inmediatamente.
—No estoy...
—Claro que estás celosa. No lo niegues, señorita Paredes.
Daniela se quedó sin palabras, solo pudo mirarlo con sus grandes ojos húmedos.
Nicolás sintió un cosquilleo al recibir esa mirada. Bajó la cabeza y la besó.
Se besaron apasionadamente. Daniela llevaba un camisón dorado champán; había estado a punto de acostarse cuando salió, cubierta solo por una rebeca amarillo pálido.
Ahora la rebeca se había deslizado de s