Viviana curvó sus labios rojos en una sonrisa de victoria.Diego y Viviana volvieron a situarse frente al sacerdote, quien preguntó nuevamente a Diego:
—Diego Quezada, ¿aceptas a Viviana Veloz como tu esposa, para amarla en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?
Diego miró al sacerdote y respondió:
—Sí, acepto.
Él dijo: sí, acepto.
Estas palabras resonaron como una explosión en los oídos de Daniela, dejándola completamente aturdida.
—Daniela, ¿lo ves ahora? —dijo Mauro—. Diego realmente se ha casado con Viviana. Él nunca te quiso. Todo el tiempo has estado engañándote a ti misma, siempre has sido tú la que se ha estado humillando por él.
Las lágrimas de Daniela caían como un rosario. Dentro, el sacerdote anunciaba:
—Los declaro marido y mujer. Ahora declaro oficialmente que el señor Diego y la señorita Viviana son esposos. Pueden intercambiar los anillos.
Un paje trajo un par de anillos de diamantes. Viviana deslizó lentamente el anil