Capítulo 5

Capítulo 5

Isadora se encogió en el sofá, sosteniendo un cojín contra su cuerpo, mientras su tía caminaba de un lado a otro, casi arrancándose el cabello.

—¿¡CÓMO QUE NO LO RECUERDAS!? —gritó, resoplando—. ¿Estabas borracha?

Isadora bajó la mirada, apretando el cojín como si eso pudiera protegerla de la vergüenza, del miedo y de su propia conciencia.

—Lo estaba… —respondió, su voz saliendo pequeña, quebrada.

—¡Qué mal, Isadora! ¡De las grandes! —golpeó la mesa, haciendo que todo temblara—. ¿Ya pensaste si estás embarazada… y vas a casarte con otro?

La tía respiró hondo, se apretó las sienes y comenzó a caminar más rápido por la sala.

—De dos, una: tendrías que casarte de inmediato. Pero… si él sospechara y pidiera una prueba de ADN… lo perderíamos todo —Su voz sonó más amarga, más dura—. Entonces, vamos al plan B.

—¿Plan B…? —repitió Isadora, frunciendo el ceño, parpadeando varias veces, temiendo la respuesta.

La tía se detuvo, la miró directamente a los ojos, cruzó los brazos.

—Sí. Vamos a viajar —dijo, firme, decidida—. A visitar unos parientes en Europa. Tendremos tiempo suficiente para descubrir si tú… te has quedado embarazada o no.

Isadora apretó el cojín.

—¿Y si lo estoy…? —preguntó con voz temblorosa, casi un susurro.

La tía no dudó.

—Haremos un aborto.

El choque recorrió todo el cuerpo de Isadora. Se levantó, temblorosa, dando un paso atrás.

—¡NO! —gritó, con los ojos abiertos de par en par, su voz resonando por la sala.

El silencio tras el grito de Isadora parecía cortar el aire.

Pero la tía no se conmovió en absoluto. Al contrario, su expresión se endureció aún más, cargada de rabia, frustración y puro desprecio.

Cruzó los brazos, respiró hondo y dijo con una risa amarga:

—¿Qué quieres, entonces? ¿Casarte con el padre del bebé? —escupió las palabras con ironía.

Isadora guardó silencio. Solo apretó los brazos contra su cuerpo, sintiendo que su rostro ardía, como si estuviera desnuda ante toda su propia vergüenza.

La tía apretó los ojos, acercándose con pasos lentos y amenazantes.

—¡Habla! ¿Quién es el chico con el que saliste? —preguntó con los dientes apretados—. ¿Cuál es su clase social? ¿Tiene dinero? ¿Tiene posición? Si es rico, podemos cambiar al prometido.

Isadora sintió que se le secaba la garganta. Tragó saliva y respondió con voz temblorosa, casi inaudible:

—Yo… no sé quién es.

Los ojos de la tía se abrieron de puro choque. Sus pupilas temblaban, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Rápidamente, avanzó, acortó la distancia, los ojos entrecerrados y húmedos, no de tristeza, sino de pura decepción y odio.

Sin aviso, su mano voló por el aire.

—¡ZORRA! —gritó, antes de darle una bofetada sonora en el rostro a Isadora, que retrocedió tambaleándose, sosteniéndose la mejilla con las manos, sintiendo la piel arder.

—¡Estoy segura… segura… de que lo hiciste a propósito! —vociferó, señalando con el dedo tembloroso—. ¡Para herirme, para destruir todo lo que había planeado! ¡Apuesto a que saliste con cualquier pelafustán!

Caminaba de un lado a otro como una leona enjaulada, apretándose el cabello, tirándose de sus propias manos, sofocada por la furia.

De repente se detuvo, miró fijamente a los ojos de Isadora, con una mirada que mezclaba desprecio, rencor y pura amenaza.

—Pero no te engañes… escúchame bien… si te has quedado embarazada. JAMÁS tendrás a ese niño en tus brazos —Su voz salió cargada de veneno—. ¿Me escuchaste bien? ¡JAMÁS!

Isadora se apretó instintivamente el vientre, las lágrimas cayendo.

Su corazón parecía a punto de explotar dentro de su cuerpo.

La tía respiró hondo, se arregló el cabello y, como si absolutamente nada hubiera pasado, habló con voz fría y calculadora:

—Prepara tus cosas —señaló, como quien da una orden inapelable—. Viajamos hoy mismo.

Isadora permaneció inmóvil, sosteniéndose el rostro que aún ardía.

—Le pediré un adelanto a tu prometido para cubrir los gastos —completó, como si estuviera hablando de un simple paseo—. Inventaré… alguna enfermedad en la familia. Un problema grave. Algo que justifique nuestra partida por tiempo indefinido.

Caminó hasta la mesa, tomó el teléfono y comenzó a teclear con agilidad.

—Tendremos el tiempo necesario —murmuró, sin siquiera mirar a Isadora—. Tiempo para resolver… esta… situación.

Isadora cerró los ojos con fuerza. Su vida nunca volvería a ser la misma.

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