El jet privado nos espera en la pista como una bestia elegante y silenciosa. El cielo comienza a oscurecerse, tiñendo las nubes de un gris azulado que parece presagiar todo menos tranquilidad. Camino hacia la escalinata con el corazón palpitando a un ritmo que me traiciona. No por el viaje. No por el proyecto. Por él.Cassian camina junto a mi, con su porte impecable, vestido con esa camisa oscura abierta en el cuello y ese abrigo negro que le da un aire aún más intimidante. Cuando mis dedos rozan los suyos mientras caminamos, sus ojos se posan en mí. Beben de mí. Me recorren de pies a cabeza como si ya me llevara desnuda en su imaginación.—Bonito conjunto, Leoncita —dice, en voz baja, apenas audible—. Luces hermosa está noche.Trago saliva. Pero no me sonrojo. No me molesto. A diferencia de la tensión que me transmite Daniel. Disfruto el cosquilleo ardiente que sube por mi vientre cuando estoy con Cassian. Pero no somos los únicos abordando el jet, así que no respondo. Camino como s
Perspectiva de Rossy . 9:03 a.m. Los Ángeles Me miro por quinta vez en el espejo. Giro a la derecha, luego a la izquierda. Y me pregunto si esta blusa es demasiado ajustada... y luego me respondo a mí misma: no lo suficiente. Me suelto el cabello, me lo recojo, me lo suelto otra vez. Ya lo sé ¡Soy un desastre! —¡Dios mío, Rossy! Solo es una reunión de trabajo, no una cita —me reprendo en voz alta mientras tomo una toalla húmeda para limpiar el labial rojo que me apliqué dos veces. Y es que no es solo una reunión. —Es con él. Una reunión con Edward Valmont —digo en voz alta sintiendo que el nombre me provoca un escalofrío tan nítido como una gota de agua helada resbalando por mi espalda. No debería afectarme, no después de tanto tiempo... pero lo hace. Y lo peor es que no estoy segura si me molesta... o si me gusta. Respiro hondo. Repitiendome a mí misma que es solo trabajo. Soy una mujer capaz, tengo experiencia y lo último que necesito es dejar que viejos recuerdos m
El sonido de la puerta abriéndose no debería afectarme… pero lo hace.—Adelante —dice esa voz. Grave, madura. corta que me hiela la espalda y me empuja hacia dentro, aunque no estaba segura de querer entrar.Camino con la cabeza en alto, los tacones marcando un ritmo firme sobre el suelo. Me niego a mostrar flaqueza. Me niego a temblar. Pero apenas lo veo, de pie tras el escritorio, con su porte imperturbable y ese m*ldito magnetismo que nunca desaparece… algo se remueve dentro de mí.Edward Valmont, luce exactamente como hace unas semanas, en la boda. Impecable. Con un traje gris oscuro a la medida, corbata sobria, camisa blanca que se ajusta perfectamente a su esculpido cuerpo. Se ve imponente, frío y centrado. Pero sobre todo, altivo.«Tan apuesto como siempre» Él no se inmuta al verme. No sé ve nervioso ni preocupado, solo mantiene una expresión neutral, contenida, que no permite lecturas. Y aún así, siento el peso de su presencia como si me hubiera clavado al suelo.—Rosalie Sin
Perspectiva de Arielle . El avión aterriza en Zúrich cuando el reloj marca las siete de la tarde, aunque para mí sigue siendo mediodía debido al cambio de horario. Estoy cansada, con la piel tirante por el aire del avión, pero mis ojos se abren más al mirar por la ventanilla. Suiza es… hermosa. Todo se ve limpio, ordenado, tranquilo. Las casas tienen techos rojizos, hay calles amplias y árboles por todas partes. Parece un lugar donde nada malo puede pasar, como si hasta el viento estuviera bien educado. Las montañas al fondo son enormes, parecen vigilarnos desde lejos, y el cielo está cubierto por nubes delgadas que dejan pasar algo de luz, dándole al paisaje un brillo suave, casi irreal. Cuando bajamos del avión, un auto negro nos espera justo al pie de la escalerilla. Cassian no dice mucho, solo me mira con esa expresión suya que no logro descifrar nunca del todo, y yo subo al auto, pensando que iremos directo al hotel que su asistente seguramente reservó. Pero los minut
La dejo entrar primero. Quiero verla moverse por la casa. Quiero grabarme cada una de sus reacciones mientras asimila que este será el lugar que comparta conmigo mientras estamos en Zúrich. Arielle camina despacio, deslizando su hermosa figura por cada rincón de la casa. Sus ojos recorren las paredes, la chimenea encendida, el ventanal que da al lago. Todo huele a madera nueva y ahora también a ella. A limpio, a recién llegado, a lo prohibido que empieza a sentirse inevitable. Se detiene frente al sofá, con una expresión que mezcla asombro y desconfianza. Cómo una hermosa leona con el corazón latiendo porque acaba de ser acorralada. «Perfecta. Mi debilidad con piernas largas y cuello delicado» Me acerco sin apuro. Cierro la puerta detrás de mí y doy pasos lentos hacia ella. —¿Te gusta? —pregunto en voz baja, acercándome por detrás, casi rozándola. Ella asiente, pero no dice nada. Solo gira el rostro. Su perfil es una maldita obra de arte. No resisto más. Tomo su barbill
El silencio en la casa es absoluto. Solo se escucha el suave sonido del viento filtrándose por los ventanales. Ella duerme profundamente en el sofá, su cuerpo desnudo cubierto apenas por la manta que lancé sobre ella después de perderme en su piel. La observo un momento más. Desordenada, con las mejillas aún encendidas y los labios rojos de tanto besarme. Mi polla reacciona solo de verla así, pero me obligo a alejarme. Me coloco un pantalón deportivo y camino hacia la cocina. No planeaba cocinar esta noche, pero algo en tenerla aquí, en esta casa que alquilé solo para poder tenerla lejos de los ojos del mundo, me impulsa a hacer más. Más por ella. Abro la despensa y saco algunos ingredientes sencillos. Huevos, pan, queso. Pensando que esto tiene más pinta de desayuno, Pero no me importa. Me muevo con naturalidad, como si lo hiciera todos los días, y en parte lo hago. Viví solo por unos años, hasta que me hice cargo de Daniel, sé valerme. Y a pesar de que no necesito demostrar
Perspectiva de Arielle . Estoy entre sus brazos. Por primera vez, después de todo lo que hemos hecho, después de todos los encuentros robados, las miradas cargadas, los silencios que gritan lo prohibido… por fin, nos acostamos juntos. No solo para follar. No solo por deseo. Sino para dormir. Para cerrar los ojos con la respiración del otro marcando el ritmo. Cassian está detrás de mí, siento su pecho contra mi espalda, su brazo pesado rodeando mi cintura, su aliento cálido rozando mi cuello. Ambos estamos desnudos, cubiertos apenas por las sábanas que él me lanzó encima horas antes, como si ese gesto torpe hubiera significado algo más que cuidado. Cierro los ojos, pero no puedo dormir. No me es facil con tantas cosas bullendo en mi interior. «Lo deseo. Lo quiero. Dios, cómo lo quiero» Pero no puedo seguir fingiendo que todo esto está bien. No cuando cada caricia suya, cada palabra, cada vez que me mira como si yo fuera suya, se clava en mí como una promesa que temo que jamás s
Despierto con la sensación de estar siendo observada. No me muevo. Solo dejo que mi respiración se acomode al ritmo pausado del hombre que está a mi lado. Cassian. Su brazo rodea mi cintura de manera posesiva, como si incluso dormido se negara a soltarme. La calidez de su cuerpo me envuelve. Su aliento roza mi cuello, y por un segundo, me dejo llevar por la ilusión de que esto es normal. Que despertar desnuda en sus brazos es parte de una rutina. Que no estamos al borde de un desastre. Con mucho cuidado, me deslizo fuera de la cama. Él solo gruñe en respuesta y rueda hacia mi lado, buscando el calor que dejé atrás. Sonrío, pero no vuelvo a acostarme. Tomo una bata ligera y me encierro en el baño. Necesito una ducha, algo de espacio para ordenar lo que siento. Cuando salgo, Cassian ya está despierto. Está en la cocina, sin camisa, con un café en la mano, mirando el lago a través de los ventanales. La vista desde aquí es absurda. Como sacada de una pintura: el agua cristalina, la neb