Daniel quiere ir despacio e intentarlo. ¿Le creemos? traerá algo más entre manos o simplemente lo hemos juzgado mal y merece una oportunidad nuestro venadito. L@s leo
Entramos a la mansión y el silencio cae como una sábana pesada sobre mis hombros. Los empleados ya están dormidos. No hay murmullos. No hay luces encendidas más allá del débil resplandor de las lámparas automáticas del pasillo. Solo estamos nosotros dos… y el eco de lo que no se dice. El sonido de nuestros pasos sobre el mármol pulido es suave, casi reverente. Subimos la escalera en silencio. Puedo ver con claridad la espalda ancha de Daniel moviéndose. Y, cuando doblamos el pasillo hacia las habitaciones, no puedo evitarlo. Mi mirada se vuelve, por reflejo, hacia la puerta cerrada de Cassian. Mi pecho se contrae. Como si esa simple dirección tuviera un imán que jala todo dentro de mí. No debería importarme. No debería arderme el estómago pensando si estará despierto, si escuchó el auto, si sabe que ya he vuelto a casa con él, con su hijo. No tiene sentido y sin embargo… me quema. Trago saliva con dificultad, bajo la vista y sigo a Daniel hasta la habitación matrimonial.
La mansión está en silencio, ese tipo de silencio espeso que se clava entre los huesos y parece amplificar cada paso, cada respiración, cada latido en el pasillo oscuro, mientras estoy girando el pomo de la puerta. No debería. ¡Dios, no debería! Pero mi cuerpo se mueve antes que mi conciencia pueda detenerlo. Mis dedos tiemblan un poco cuando empujo la madera y me pregunto: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy aquí? ¿No debería estar en mi habitación? ¿No acaba de prometerme Daniel que respetará el espacio, que me dará tiempo, que quiere conocerme de verdad? Y sin embargo… estoy aquí. Entrando a la habitación de su padre. Elevó mi vista sintiendo como el aroma de su comuna invade todo el espacio, oscuro varonil y tan cautivador como el hombre que lo habita. Cassian está en la cama, tiene el torso desnudo apoyado contra el cabecero de madera tallada. La luz que entra desde la ventana baña su piel en sombras y matices dorados, mostrándome una vez más la figura del pecado, ese hom
Me pongo de pie, con las rodillas todavía algo débiles por lo que acabo de hacer. Mis manos tiemblan ligeramente por la adrenalina de estar en su habitación, de haberle dado sexo oral sabiendo que Daniel está en la misma casa.«Eres una maldita Arielle»Tiemblo porque sé que esto… esto… es como abrir la puerta a un infierno del que no voy a poder salir ilesa. Un infierno de un hombre para el que quizá no significó nada. Porque no quiero cegarme. No deseo pensar que hay algo más que deseo en su forma de mirarme.Por su parte Cassian no dice nada. Solo me mira. Esos ojos oscuros, depredadores, no me conceden tregua. Me recorren de arriba abajo con esa mezcla brutal de deseo y poder. Está ardiendo. Lo veo en la forma en que su pecho sube y baja, en el modo en que aprieta la mandíbula como si estuviera conteniéndose.Entonces se incorpora y sin pronunciar palabra, se deshace del pantalón de pijama. Mi garganta se cierra al verlo desnudo por completo, tan masculino, tan despiadadamente per
Cassian se mueve dentro de mí con una fuerza que me rompe en dos. Cada embestida es firme, profunda, dominante. Sus caderas chocan contra las mías como si el acto en sí pudiera borrar todo lo demás. Como si, al tomarme de esta manera, pudiera reclamar algo que siempre le ha pertenecido. Mis uñas se clavan en su espalda. No me controlo. No quiero hacerlo. Lo araño con desesperación mientras su dureza entra y sale de mí, como un castigo… o una súplica. No sé cuál de los dos es más culpable. Pero en este momento, en esta habitación, no me importa. Cassian baja la cabeza y su boca busca la mía. Me besa con la misma urgencia con la que me toma, su lengua se hunde en mi boca al mismo ritmo que su erección golpea mi centro. Me domina por completo. Me consume. Y yo me dejo llevar. Porque aquí, en esta cama, él no es mi suegro. Es solo un hombre devorándome. Un hombre que me desea con una m*ldita lujuria que no se puede fingir. Y yo… soy una mujer perdida en el fuego que él enciende. N
Apenas logro recuperar el aliento cuando me deja suavemente en la cama, pero no me da tiempo a pensar, a procesar, a nada.Cassian se separa solo lo necesario. Se queda de pie al borde del colchón, sus ojos clavados en mí como si fuera su maldita adicción. Mientras que yo aun sigo temblando, con el corazón latiendo acelerado, y lo veo tomar mis piernas y levantarlas hasta colocarlas sobre sus hombros. Su agarre es firme, decidido. Lo conozco ya… y sé que esto no será suave.Me clava la mirada. Y luego, con un movimiento brutal, se hunde en mí y un gemido desgarrador se me escapa de inmediato. Es demasiado. Demasiado profundo.Demasiado intenso.El sonido de su cuerpo chocando con el mío llena la habitación, el golpeteo húmedo y crudo de sus testículos golpeando mi carne en cada embestida me arranca jadeos, gritos, súplicas entre dientes. Cassian gruñe con fuerza, con los dientes apretados, y me embiste como si pudiera fundirse conmigo. Como si necesitara marcarme, llenar cada espacio.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Solo sé que desde que decidi enrtar en su habitación no hemos parado.Los besos, las caricias, las embestidas… todo lo que Cassian me ha hecho se funde en una secuencia borrosa de placer ardiente. Mis sentidos están entumecidos, mi cuerpo ya no responde con lógica, y sin embargo, cada roce suyo sigue incendiándome por dentro. La boca de Cassian se desliza por mi cuello, por mis hombros, por mi pecho… sus manos exploran cada curva como si aún me quedara espacio por descubrir. No comprendo del todo que es lo que me pasa con este hombre. No entiendo porque me desestabiliza de esta forma, pero estoy disfrutando cada una de sus acciones.Siento una veez más su mano sobre mi rostro, lo acaricia mientras sus ojos marrones recorren mi desnudez, y entonces, me toma de nuevo.Me guía sin palabras hasta ese punto donde pierdo el control una vez más.Un nuevo orgasmo me asalta, más lento, más profundo, como una ola cálida que arrastra mis pensamientos hasta dejarlos
Amanece y siento que me pasó un m*ldito tren por encima. Cada parte de mi cuerpo duele, palpita, arde… especialmente entre las piernas. La espalda me punza, mis caderas están adoloridas y ni hablar de mi cuello. Me muevo con lentitud, gimiendo en silencio como una anciana de ochenta años tras correr una maratón, —no sé si una anciana pueda correr una maratón— pero así me siento y aún con los ojos entrecerrados, sé exactamente por qué me siento así. Es por Cassian. La noche anterior fue un torbellino. De jadeos, de gemidos contenidos, de su cuerpo dominando el mío una y otra vez. Fue rudo, sin frenos, tuvimos una especie de m*ldita guerra de piel y deseo. Me regaló placer… y ahora me deja un cuerpo que no reconozco. A duras penas logro ponerme de pie. Entro al baño arrastrando los pies, me sostengo del lavamanos y me miro en el espejo. La marca en mi cuello es amoratada, redonda… y claramente de su boca. Me inclino un poco y… ahí están sus dedos impresos en mi piel, como si me hubie
El trayecto desde que subo al auto es silencioso. Cierro los ojos y trato de no pensar en nada mientras me alejo de la mansión Harrington y respiro hondo cuando el vehículo se detiene frente a la casa de mi padre. Esa mansión de líneas limpias, frías, perfectas. Como él. Sólida, silenciosa, intocable.Al entrar, los recuerdos me golpean con fuerza. Mientras miro cada rincón, cada mueble. Porque aunque es lógico que todo esté en el mismo lugar puesto que me mudé apenas hace un par de semanas. Yo siento como si ya hubiera pasado mucho tiempo alejada de casa.—Papá —murmuro al entrar en su despacho.Mi padre está junto al ventanal, viste ropa casual pero su porte es altivo igual que siempre. Su cabello negro apenas tiene unas hebras grises que lo hacen ver más distinguido que mayor. Algo que me hace apretar los labios al recordar que solo es un par de años mayor que Cassian.Niego para mis adentros sacando esos pensamientos de mi mente y me acerco y beso su mejilla. Él apenas ladea el ros