El aroma del café inunda la casa cuando bajo al comedor. Es temprano, pero ya hay movimiento. Camino con calma, como si el peso de la noche anterior no me estuviera quemando por dentro. Como si no la sintiera aún en mi piel, en mis manos, en mi m*ldita cabeza.
Arielle está sentada a la mesa, con la espalda recta y la mirada fija en su taza. Su cabello dorado cae sobre su hombro, desordenado de una manera que me dice que no durmió bien. «Perfecto. Porque yo tampoco»
Se tensa apenas cuando me acerco. Lo noto y por supuesto que lo disfruto.
—Buenos días —murmuro con voz grave, tomando asiento frente a ella.
Sin embargo, ella no responde nada. No levanta la vista. No muestra ni un solo gesto que delate que me ha escuchado, pero la rigidez en sus dedos alrededor de la taza me dice que no es tan buena fingiendo indiferencia como cree.
Sonrío con diversión y tomo un sorbo de café.
Dirigiendo ahora mi mirada a Seraphina, que está sentada a su lado, totalmente ajena, con la cabeza metida