Niego con la cabeza. Sintiendo como un nudo se forma en mi garganta y este me impide respirar, lo que acabo de ver me quema en la piel como si fuera ácido.
No digo nada, simplemente… salgo.
Mis tacones golpean el suelo con fuerza, como si fueran los únicos capaces de mantenerme en pie. Camino a través de la oficina con los ojos nublados, pero sin permitir que una sola lágrima caiga. No delante de los malditos empleados.
Escucho voces detrás de mí, pero no les prestó atención del todo.
—¡Arielle! —la voz de Rossy me alcanza, aguda, temblorosa.
—¡Hija! —grita después mi padre.
Acelero el paso. Sin desear hablar con ellos. No lo acepto, no quiero entender. Ni siquiera sé lo que siento al respecto.
Todo está mezclado dentro de mi: sorpresa, rabia, de alguna forma me siento traicionada, y es que sería hipócrita de mi parte decir que que Rossy no tiene derecho a enamorarse de alguien mayor, o que mi padre no puede rehacer su vida después de tantos años estando solo. Pero se supone que som