El emporio Thornhill nunca había estado tan lleno de vida como aquellos días. Desde que Aldric había confiado en Bianca como su asistente personal, la rutina laboral había adquirido un matiz diferente, cargado de una electricidad sutil que vibraba en cada reunión y cada decisión. Ella no solo ejecutaba cada instrucción con perfección impecable, anticipando sus necesidades con una intuición casi sobrenatural, sino que también inyectaba una energía nueva, fresca y vibrante, que contagiaba a todos los empleados, desde los pasantes hasta los ejecutivos senior. Para Aldric, Bianca era más que un brazo derecho: era la chispa que encendía sus largas jornadas, la mujer que convertía el estrés en motivación con una sola mirada. Y cuando los días se extendían hasta la noche, esa chispa se convertía en un fuego devorador, un deseo que ardía en silencio durante horas y explotaba en la intimidad de la oficina desierta.
La oficina del último piso quedaba desierta pasada la hora de salida, un santua