El día amaneció tenso, como si el cielo se hubiera contagiado del vértigo que invadía a Nehir. No hubo el canto de un solo pájaro; solo un silencio saturado de expectativas. Se vistió con el traje oscuro, recogió su cabello en un moño pulcro y respiró hondo frente al espejo: cada músculo del rostro le recordaba que, en pocas horas, demostraría al país entero quién era realmente Mirza Aslan y cuánta mentira había intentando aplastar su vida.
Al salir de su habitación, lo encontró esperándola en el pasillo. Mirza sostenía dos maletines con los documentos y discos duros que habían extraído de la caja fuerte. Los colocó junto a Halil en la biblioteca transformada en centro de operaciones. Halil, con el ceño fruncido, revisaba una última vez la lista de testigos y el protocolo de entrega. Ayla, en silencio, vertía café en cuatro tazas: sabía que esa jornada no sería fácil, pero había decidido participar de forma casi ritual: la acompañaría hasta el final, sin apartarse de su lado.
El aire