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capitulo 6: El baile del demonio y el ángel

Alessandro no esperó una respuesta. Su mano se deslizó desde su codo hasta la parte baja de la espalda de Aurora, una presión dominante que la obligó a seguirlo hacia la pista de baile. El vals que sonaba era lento y lujoso, un ritmo diseñado para la intimidad en público.

El cuerpo de Alessandro era una pared de calor y músculo contra el suyo. La cercanía era intolerable, pero también electrizante. Cada toque no era un paso de baile, sino una reafirmación de control.

—Su plan no funciona, Señor Vieri —siseó Aurora, manteniendo su sonrisa socialmente obligada, mientras su mano se posaba rígidamente en su hombro—. Le he dicho que tengo amigos en esta sala. Y su posesividad solo hace que parezca desesperado.

—No estoy desesperado, Ángel —respondió

Alessandro, bajando su cabeza para que su voz áspera fuera solo para ella—. Estoy reclamando. Su presencia aquí es mía, y no voy a permitir que ese imbécil de Nicolás se lleve el crédito por conseguir que usted vuelva a la ciudad. Usted es mi asesora. Mi propiedad, por ahora.

—Nunca he sido propiedad de nadie, y mucho menos de un Vieri —replicó ella, y sin que él se lo esperara, ella tiró de él hacia sí misma con una fuerza sorprendente en un giro brusco, forzándolo a seguir su ritmo por un segundo.

Alessandro gruñó, la sorpresa evidente en sus ojos. Ella no solo seguía las reglas, sino que las reescribía.

—Qué carácter —dijo él, volviendo a tomar el mando con una mano de hierro en su cintura.

Mientras giraban por el centro de la pista, la pareja de Demian y Valeria se acercó a ellos. Valeria, con su porte impecable y su sonrisa de hielo, los interceptó con una gracia mortal.

—Qué pareja tan interesante —comentó Valeria con un tono juguetón, sin mirar a su hijo.

Demian se limitó a arquear una ceja hacia su hijo, claramente midiendo la tensión que irradiaban.

En un momento en que los dos hombres intercambiaban un saludo breve y frío con la mirada, Valeria aprovechó la distracción. Se inclinó hacia Aurora, su hermoso rostro a pocos centímetros del oído de ella, y susurró con una voz suave como el terciopelo y profunda como el mar.

—¿No te recuerda a algo este baile, Aurora?

Aurora se tensó, mirando los ojos de Valeria. ¿Cómo sabía su madre de la muñeca? ¿O se refería a algo más antiguo?

Valeria sonrió, una expresión de conocimiento ancestral.

—Alessandro no ha cambiado. Cuando era pequeño, obligó a bailar a una niña en una fiesta familiar solo porque estaba celoso de que ella hablara con otro chico. La sostuvo exactamente así, con esa fuerza, esa posesividad. Solo bailó con ella para marcar territorio, para demostrar a todos que era suya.

Valeria se apartó, su secreto due dicho.

—Pues sí. En su historia, bailaron igual, y solo por celos.

El mundo de Aurora se detuvo. No era la muñeca, era otro recuerdo. ¿Había bailado con ella cuando eran niños? ¿Y había sido por celos de algún rival infantil?

Alessandro, ajeno a lo que su madre acababa de revelar, tomó a Aurora y la hizo girar con más fuerza.

—¿Qué te ha dicho mi madre? —exigió Alessandro.

—Nada —Aurora logró decir, pero su voz temblaba. De repente, su odio y su orgullo se sintieron vulnerables.

Si lo que decía Valeria era cierto, significaba que Alessandro no solo la había humillado, sino que la había notado. Que el pequeño demonio se había sentido amenazado por su existencia incluso antes.

—Me sorprende su falta de habilidad, Doctora Reyes —dijo Alessandro, usando el baile como metáfora—. Está tensa. No puede liderar si no se relaja.

Aurora lo miró fijamente. Sus ojos ya no estaban en guardia, sino llenos de una pregunta peligrosa. La verdad que Valeria había susurrado había roto su armadura.

—No estoy tensa —dijo ella, su voz ahora un susurro íntimo y cargado de burla—. Estoy a punto de quemarme, Alessandro. Y no estoy segura de que a usted le importe si el Legado del Fuego se consume.

Alessandro detuvo el baile, justo al centro de la pista. Había algo nuevo en sus ojos, algo que iba más allá del odio y el control. Era deseo crudo.

—Quemar es lo único que he sabido hacer, Aurora. Y por el modo en que me mira, creo que ha venido aquí para arder conmigo.

El vals terminó justo entonces. La pista de baile los separó, pero la tensión entre ellos era tan densa que nadie en la sala dudó de que acababan de presenciar la primera batalla de una guerra que iba a ser legendaria.

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