Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa Gala era el epítome de la opulencia de la élite de la ciudad. El evento perfecto para que Demian y Valeria Vieri recordaran a todos quién reinaba.
Alessandro odiaba estos circos sociales, pero hoy era necesario. Había llegado diez minutos antes, de punta en blanco, flanqueado por su padre (Demian, imponente y frío) y su madre (Valeria, pura elegancia calculadora). También estaba Matteo, su hermano menor de dieciocho años, que ya replicaba la pose de arrogancia Vieri. —Recuerda, Alessandro —masculló Demian a su hijo—. Tu nueva asesora no es una invitada de honor. Es un accesorio. Mantén el control de la narrativa. —Lo tengo, Padre —respondió Alessandro, escaneando el gran salón. Pero la narrativa se hizo añicos justo en es instante. La música pareció bajar de volumen. Todas las cabezas, desde los magnates hasta los fotógrafos, giraron hacia la entrada. Ahí estaba Aurora. Alessandro se había preparado para su traje de "guerrera", pero no para esto. Aurora no llevaba el típico vestido de gala de encaje. Llevaba una creación color rojo oscuro, casi carmesí, de seda pesada que se ceñía a su cuerpo con una sencillez escandalosa. No revelaba demasiado, pero la forma en que el vestido caía sobre sus curvas, junto con su cabello suelto y sedoso, la hacía parecer una llama viva en medio de la frialdad del mármol. El contraste con su piel pálida era devastador. Ella caminaba con una confianza tranquila, sin buscar la atención, lo que solo la hacía más atractiva. La mirada de Alessandro fue de molestia a la conmoción, y de ahí a una posesividad oscura. Estaba hermosa. No solo hermosa, sino la mujer más impresionante de todo el maldito salón. Y era suya para el show de esta noche. —Dios, se ve... poderosa —murmuró Valeria (su madre), con una rara expresión de sorpresa. Matteo, el hermano menor, apenas pudo disimular su asombro: —Vaya. ¿Esa es la asesora de Ale? Alessandro sintió una ira sorda. Había planeado usarla como un arma, no como una distracción masiva. Estaba muriendo de celos por la oleada de admiración que ella había provocado, un sentimiento que no se molestó en disimular. Antes de que Alessandro pudiera reclamar a su "accesorio", Valentina se adelantó, rompiendo filas con la familia. Corrió hacia Aurora y la abrazó. —¡Estás radiante, Aurora! ¡Te dije que teníamos que deshacernos del traje de guerrera! —exclamó Valentina, sellando su alianza en público. Aurora sonrió genuinamente a Valentina, la primera sonrisa real que Alessandro le había visto en años. Valentina se acercó a Aurora y susurró: —Mi madre está impresionada. Mi padre está enojado porque no puede controlarte. Y Alessandro... míralo. Está listo para matar. Mientras Aurora conversaba con Valentina, una figura se acercó a ellas con una sonrisa cálida y una confianza que solo podía pertenecer a alguien de la misma élite, pero sin la oscuridad de los Vieri. Era Nicolás, un hombre conocido en el círculo social por su éxito tecnológico y su atractivo genuino. —Aurora Reyes, no puedo creerlo. Estás aquí —dijo Nicolás, tomando su mano y besándola con una familiaridad que hizo que la sangre de Alessandro hirviera—. Te ves espectacular. Pensé que habías huido de esta ciudad para siempre. Aurora se iluminó. Era obvio que lo conocía bien. —Nicolás. Qué sorpresa. No he huido. Volví para trabajar —dijo ella, con una ligereza que nunca usaba con Alessandro. —¿Trabajar? Con Alessandro Vieri, ¿trabajar o pelear? —preguntó Nicolás, su tono coqueto—. Llevo seis años esperando tu regreso. Me dijiste que si volvieras, me darías una oportunidad de llevarte a cenar de verdad. Alessandro, incapaz de tolerar un segundo más, se movió como un rayo. Interrumpió la conversación sin pedir permiso, colocándose estratégicamente entre Aurora y Nicolás, su cuerpo tenía una pared oscura de amenaza. —Doctora Reyes. Me sorprende que ya esté socializando con la competencia. Le recuerdo que está aquí en calidad de mi asociada —dijo Alessandro, acentuando la palabra con una posesividad que no dejó dudas sobre su reclamo. Nicolás sonrió, pero sus ojos se entrecerraron. —Alessandro Vieri. El señor de la guerra. Pensé que estabas muy ocupado salvando tu imperio. No sabía que habías contratado a la mejor mente financiera del país. ¿Qué pasó con tu orgullo? —Mi orgullo se encarga de que la mejor mente trabaje para mí, no para ti —replicó Alessandro, sintiendo que perdía el control. Aurora intervino, mirando a Alessandro con desafío, pero su voz era dulce y dirigida a Nicolás. —Nicolás, lamento tener que posponer nuestra cena. Como dijo el señor Vieri, estoy aquí por negocios. Necesito concentrarme en salvar su legado. Pero te llamaré. Le guiñó un ojo, una pequeña revancha por haber sido llamada "accesorio". Alessandro sintió un escalofrío de rabia y excitación. La había obedecido, pero lo había humillado frente a su rival. Este juego era peligroso. Mientras Nicolás se alejaba, Alessandro agarró sutilmente el codo de Aurora y la condujo a la zona más privada del salón, lejos de Valentina y Matteo. —No vuelvas a guiñarle un ojo a ese imbécil. Y no vuelvas a hacer que parezca que estás deseando escapar de mí. Aurora le devolvió la mirada, con el vestido rojo haciendo juego con el fuego en sus ojos. —Usted me obligó a venir, Señor Vieri. Yo decido cómo me comporto. Y si me obliga a ser su socia, más le vale aceptar que tengo amigos. Y al menos uno de ellos sí está enamorado de mí. ¿Qué te pasa, Alessandro? ¿Te molesta que al demonio de repente le interese lo que admiran los ángeles? Alessandro apretó su codo con un segundo de fuerza. No la estaba sujetando. La estaba poseyendo. —Vamos a ver cuánto dura su encanto, Aurora. Tenemos que bailar. Y usted va a bailar solo conmigo.






