52. No vas a morir aquí
Celeste cerró los ojos. No podía permitirse ceder ante la fiebre. Si lo hacía, si se dejaba consumir por el delirio, entonces realmente estaría perdida. Pero el frío era tan profundo como el ardor de la herida, y su mente comenzaba a desdibujar los límites entre la realidad y el sueño.
No podía rendirse. No todavía.
El guardia empujó la pesada puerta de la celda, y el rechinido del metal contra la piedra resonó en el silencio opresivo. Avanzó con pasos firmes, sosteniendo la bandeja de comida con una mano y la antorcha con la otra, pero al posar la mirada en Celeste, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Ella seguía acostada sobre la dura cama de cemento, inmóvil, con la piel perlada de sudor y los labios pálidos como la muerte misma. Su respiración era errática, entrecortada, y su cuerpo temblaba a pesar del calor abrasador que se sentía en la celda.
El guardia bajó la vista hacia la bandeja que había dejado la noche anterior. La comida estaba intacta. Ni una sola miga había si