Salim lo miró con una furia incontenible, pero Amir no vaciló.—Honraremos su sacrificio, pero ahora debemos vivir para vengarla.Esas palabras fueron suficientes para hacer reaccionar al monarca. Apretó los puños y se puso de pie, su mirada endureciéndose con la furia de un hombre que no olvidaría esta traición.La retirada comenzó, pero una cosa era segura, el enemigo no quedaría impune. Y la venganza de Salim sería un huracán de sangre y fuego.Los hombres del rey Salim comenzaron a cruzar la entrada del palacio en un silencio sepulcral. Sus pasos eran pesados, sus rostros endurecidos por la muerte y la desilusión. La batalla que habían librado no era más que un engaño, una cortina de humo para algo mucho más oscuro, y ahora todos lo sabían.En el centro del grupo, una carreta avanzaba lentamente, arrastrada por caballos cubiertos de polvo y sudor. Sobre ella, un cuerpo yacía inmóvil, cubierto por una sábana blanca que ondeaba levemente con la brisa nocturna. Nadie se atrevía a mir
No amaba a la joven fallecida, pero sabía que su muerte cambiaría todo. La tristeza del rey podría transformarse en furia, y la furia de un monarca podía derribar reinos enteros.Mientras los preparativos para el entierro de la concubina joven del reino de Salim continuaban en un ambiente de duelo y silencio, lejos de allí, en las tierras áridas del desierto, la vida de Celeste pendía de un hilo.La herida que una vez había comenzado a sanar se había abierto nuevamente, dejando un rastro de sangre oscura sobre su piel pálida. Su respiración era errática, su pecho se agitaba con cada inhalación dificultosa. La fiebre la consumía desde dentro, y su cuerpo temblaba de manera incontrolable.Sonya se arrodilló junto a ella, sujetando sus manos entre las suyas. Frotó su piel helada, tratando desesperadamente de transmitirle el poco calor que aún conservaba en su propio cuerpo.Los dientes de Celeste castañeteaban con violencia, y su rostro se había tornado de un tono fantasmal.—Aguanta, Ce
—Sabes lo que has hecho, ¿verdad? —dijo Hassan, su voz firme pero cargada de desdén.El guerrero no respondió de inmediato. En cambio, sus ojos se llenaron de desprecio al mirar la espada que lo retenía.—Lo sé muy bien —respondió con una risa amarga —Pero la pregunta es ¿tú sabes lo que él hizo? —su tono se volvió más frío y venenoso —El rey Salim, el gran "monarca", que mandó matar a mi familia, a mi gente. Él condenó a todos los que me importaban. Hoy, vengo a cobrar mi venganza, y la joven concubina fue solo un paso más.Hassan apretó la espada, sintiendo la tensión en el aire. Los recuerdos del pasado del guerrero le llegaron como un eco lejano, pero él no podía entender cómo alguien podría justificar el asesinato de una mujer inocente.—¿Piensas que con esto vas a lograr algo? —preguntó Hassan, su voz aún serena pero cargada de juicio —La venganza no trae más que vacío. ¿Realmente crees que matarás al rey con esta acción?El guerrero levantó la cabeza, sus ojos ardiendo con el f
—Ninguno de esos traidores vivirá para ver el amanecer —murmuró el rey, sus labios curvados en una sonrisa sombría —La justicia se cumplirá a mi manera.Con un gesto final de su mano, dio por terminada la reunión. Los consejeros se retiraron rápidamente, temerosos de permanecer más tiempo cerca del rey en ese estado. La orden estaba dada, y la venganza de Salim comenzaría a extenderse como una sombra oscura sobre todo su reino.A una distancia del palacio, la tormenta de nieve azotaba el desierto con una furia inusitada. Los vientos arrastraban los copos en todas direcciones, cubriendo las dunas y las rocas con un manto blanco que hacía difícil reconocer cualquier terreno familiar. El desierto, normalmente abrasador y sin piedad, se había transformado en un paisaje extraño y desconcertante. La nieve caía con más fuerza, apretando el pecho de aquellos que se atrevían a adentrarse en su helada prisión.Tabat, a pesar del dolor que le quemaba en el cuerpo, avanzaba con determinación. Los
Con un giro certero, Azharel hundió su daga en la arena, levantando polvo y distrayendo momentáneamente a la criatura.La serpiente siseó con furia, su lengua bífida asomando en busca de su presa. Azharel sabía que aquellas criaturas eran letales; su veneno podía paralizar el cuerpo en cuestión de minutos, dejando a la víctima a merced del desierto.Sin perder tiempo, lanzó un golpe con su bota, enviando a la serpiente contra la pared rocosa del desfiladero. El impacto fue suficiente para aturdirla, pero no para matarla. Azharel no se quedó a esperar que se recuperara. Sintió cómo el peligro del lugar aumentaba a cada segundo y supo que no tenía más remedio que huir.Con un impulso poderoso, corrió lo más rápido que pudo hacia un risco cercano. El terreno era traicionero, resbaladizo por la mezcla de nieve y arena, pero su cuerpo estaba entrenado para moverse en cualquier circunstancia. Detrás de él, el siseo de la serpiente se intensificó. Saltó en el último instante, agarrándose de
Alexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había gana
Sin embargo, había algo más en ella, un fuego interno, una intensidad que la hacía irresistible.—Nayla —dijo Alexander con una mezcla de sorpresa y diversión mientras cerraba la puerta detrás de él —¿Qué haces aquí? ¿Sabes que mi padre podría convocarme en cualquier momento?Nayla se levantó con gracia, sus movimientos fluidos como el agua. Se acercó a él, dejando que el suave aroma de jazmín que emanaba de su piel llenara el espacio entre ellos.—Mi príncipe, los deberes pueden esperar unos minutos. Pensé que quizás necesitabas relajarte antes de enfrentarte a las preocupaciones del reino —respondió con una sonrisa enigmática, sus ojos oscuros brillando con picardía.Alexander suspiró, consciente de que Nayla tenía un poder innegable sobre él. No solo era hermosa; tenía una presencia magnética que hacía que cualquier hombre se sintiera como si el resto del mundo dejara de importar en su compañía. Aunque sabía que el tiempo apremiaba, no pudo resistirse.—Sabes que siempre encuentro
Eres como el agua en este desierto interminable, Nayla —dijo Alexander con un susurro ronco, aunque en el fondo sabía que sus palabras, aunque verdaderas en ese instante, no eran más que momentáneas. Para él, Nayla era un placer pasajero, alguien que lo hacía olvidar, aunque fuera por un momento, las intrigas palaciegas y la carga del destino que lo esperaba.Ella, sin embargo, interpretó esas palabras de una manera diferente. Cada gesto de afecto, cada palabra que salía de los labios del príncipe, la fortalecía en su determinación. Nayla sabía que él no la amaba, pero eso no la detendría. Era paciente y astuta; su objetivo no era capturar su corazón, sino su corona.Entre suspiros y caricias, el tiempo en aquel baño pareció detenerse. Las gotas de agua resbalaban por sus cuerpos entrelazados, y el sonido de la fuente se mezclaba con sus respiraciones entrecortadas. Cada movimiento era una danza cuidadosamente coreografiada, un intercambio de poder y pasión donde ambos obtenían algo d