74. La Promesa del Invierno
Salim lo miró con una furia incontenible, pero Amir no vaciló.
—Honraremos su sacrificio, pero ahora debemos vivir para vengarla.
Esas palabras fueron suficientes para hacer reaccionar al monarca. Apretó los puños y se puso de pie, su mirada endureciéndose con la furia de un hombre que no olvidaría esta traición.
La retirada comenzó, pero una cosa era segura, el enemigo no quedaría impune. Y la venganza de Salim sería un huracán de sangre y fuego.
Los hombres del rey Salim comenzaron a cruzar la entrada del palacio en un silencio sepulcral. Sus pasos eran pesados, sus rostros endurecidos por la muerte y la desilusión. La batalla que habían librado no era más que un engaño, una cortina de humo para algo mucho más oscuro, y ahora todos lo sabían.
En el centro del grupo, una carreta avanzaba lentamente, arrastrada por caballos cubiertos de polvo y sudor. Sobre ella, un cuerpo yacía inmóvil, cubierto por una sábana blanca que ondeaba levemente con la brisa nocturna. Nadie se atrevía a mir