30. La Ejecución

Nizarah alzó una ceja, dando un paso dentro de la habitación sin esperar invitación.

—¿No tengo derecho? —repitió, con una sonrisa amarga —¿Y tú tienes derecho a odiarme por algo que nunca fue mi culpa?

Él sintió que le faltaba el aire.

Nizarah lo miró con una intensidad que lo quemaba vivo.

—Mírame a los ojos y dime que no me necesitas tanto como yo a ti —susurró.

El silencio entre ambos fue una sentencia. Porque, aunque quería, aunque debía… no pudo.

Kael cruzó los brazos, apoyado contra la pared de piedra fría. Su mirada era dura, impenetrable, pero en su interior ardía el desprecio.

—Esto se acaba aquí, Nizarah —dijo con voz firme, sin rastro de duda —No seguiré siendo tu amante.

Nizarah dejó escapar una suave risa, ladeando la cabeza mientras jugaba con un anillo en su dedo. Caminó lentamente hacia él, con la seguridad de quien sabe que el poder está de su lado.

—No digas tonterías, Kael —susurró, deslizando un dedo por el borde de su propio escote —Tú y yo nos necesitamos. Sabes
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