El día de la operación, Damián seguía sin regresar.
El viejo patriarca de los Uribe estaba furioso. Para demostrar la importancia que le daba a Aitana, el anciano vino personalmente a supervisar, acompañado por Diego, Fernando y su esposa.
Al llegar al hospital, no pudieron evitar atender a los visitantes, pero afortunadamente la sirvienta que acompañaba a la anciana era muy hábil y cumplió perfectamente con todas las formalidades.
Alejandro, considerando la situación general, dijo: —Es Damián quien te ha fallado, después haré que se disculpe apropiadamente.
A Aitana ya no le importaba.
En ese momento solo quería acompañar a su abuela; en cuanto al hombre que andaba por ahí de juerga, que se las arreglara solo.
Alejandro lo entendió y salió de la habitación, dejando a Aitana a solas con su abuela.
La luz cálida y amarillenta iluminaba el cabello plateado de la anciana, cada hebra brillante como nueva.
La abuela, recostada en la cabecera de la cama, sostenía firmemente la mano de su nie