Con Elia acurrucada en sus brazos, Fernando mostraba una faceta juguetona que contrastaba notablemente con su característica severidad. La pequeña, complacida por las atenciones de su abuelo, esbozaba una tenue sonrisa que dejaba al descubierto sus tiernas encías.
En silencio, Fernando lanzaba improperios mentales hacia su esposa, lamentando que se estuviera perdiendo este precioso momento con una criatura tan adorable.
Cuando el reloj marcó la hora señalada y Lina continuaba ausente, Fernando decidió no prolongar más la espera de Aitana. Al entregar a la niña, lo hizo con evidente pesar mientras comentaba: —Ya sabes cómo es la madre de Damián, impredecible como el clima de abril. Quién sabe por dónde andará.
Ante este comentario, Aitana apenas curvó los labios en una discreta sonrisa.
La frialdad entre ella y su suegra era un secreto a voces, por lo que la ausencia de Lina no le causaba ninguna perturbación.
En ese instante de despedida, Fernando sintió el impulso de interceder por su