Los tres años transcurrieron como un suspiro. El otoño de septiembre teñía las hojas de un intenso dorado.
Durante una elegante recepción, Damián y Aitana coincidieron sin haberlo planeado.
Él desconocía su regreso. En la poca comunicación que mantuvieron, ella casi nunca mencionaba sus movimientos. Lo único que Damián sabía era que durante su estancia en Francia, Aitana había dividido su tiempo entre el cuidado de Elia y perfeccionar sus habilidades artísticas.
En el deslumbrante salón de la gala, las luces cristalinas realzaban la distinguida presencia de Damián.
No obstante, aquel traje que debería lucir perfectamente entallado reposaba sobre sus hombros, sirviendo como discreto velo para las consecuencias permanentes de aquel terrible accidente.
Después de tres largos años, aquella extremidad y su mano apenas conseguían ejecutar gestos básicos.
Con el paso del tiempo, Damián había aprendido a adaptarse, utilizando principalmente su izquierda para todo.
Damián se había acostumbrado