Capítulo 281
La fama, el poder y la posición ya no eran más que humo que se desvanece; solo quedaba la responsabilidad.

Damián sacó una cajetilla de cigarrillos del cajón, la abrió, tomó uno y se lo puso en los labios. Cuando lo encendió, sus dedos temblaban, pero no le importó; así, con el cigarro en la boca, dio una fuerte calada.

El humo ligero empañó sus ojos profundos y melancólicos.

La puerta del estudio se abrió con un chirrido, y el hombre preguntó con enojo y sorpresa:

—¿Quién es?

Quien entró fue Milena, quien lo miró y le dijo en voz baja:

—¡Soy yo!

Damián se relajó, recostó su cuerpo en el respaldo de la silla y suspiró en voz baja:

—Eres tú. ¿Cómo es que vienes tan tarde?

Milena se acercó y comenzó a ordenar el escritorio de su jefe:

—Acabo de terminar en la empresa, me preocupé por usted y vine a ver cómo estaba. Como era de esperarse, aún sigue trabajando.

Las yemas de los dedos de Milena tocaron ese diario y de inmediato no pudo contenerse.

No se atrevió a mirarlo, lo cerró suavement
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