En la sala de estar, cálida como primavera, muy cómoda.
Damián se quitó el abrigo, debajo llevaba un suéter negro de cashmere delgado, la tela fina dejaba entrever sutilmente los músculos de su pecho, junto con sus hombros anchos, incluso sentado tranquilamente, se veía atractivo.
Elia tenía un libro de cuentos y leía con mucha expresión:
—Había una vez una Blancanieves, que tenía una madrastra.
—La madrastra tenía celos de su belleza, entonces pensó en un plan, usar una manzana envenenada para envenenar a Blancanieves, Blancanieves dormiría para siempre, a menos que un príncipe que la amara de verdad pudiera despertarla con un beso.
—Un día, el príncipe pasó por el bosque...
Después de leer, Elia miró a papá con ojos brillantes:
—Así me leías antes, ¿lo recuerdas?
Damián no podía recordar.
Elia tenía sus métodos.
Corrió hacia la cuna, bajo la protección del personal doméstico cargó a Esperanza y puso a la bebita frente a la nariz de Damián, para que la oliera, y dijo muy contenta:
—¡E