Samantha no había podido dormir en toda la noche. La conversación con Alexander aún resonaba en su cabeza, como una melodía disonante que no la dejaba descansar. Su mente daba vueltas, entrelazando las palabras de él con lo que había descubierto. Todo parecía encajar de manera incómoda, y, sin embargo, cada nueva revelación la hundía más en el caos. Pero lo peor era que, a pesar de la confusión y el miedo, una parte de ella no podía evitar sentirse atraída por esa verdad sombría que Alexander le había ofrecido. Un deseo insano de conocer el todo, de entender por qué su vida había tomado un giro tan inesperado.
La luz de la mañana comenzaba a filtrarse a través de las cortinas de su apartamento, pero Samantha no la percibió. El reloj de la mesilla marcaba las ocho, pero ya había pasado un par de horas desde que había dejado de intentar dormir. Estaba sentada en su cama, rodeada de papeles, de informes y más informes, cada uno cargado de información que la conectaba más con un pasado os