Narrador.

La sala de juntas de Ápex Energy Group vibraba con un silencio tenso, como si el aire mismo supiera que una tormenta estaba a punto de desatarse. Las paredes de cristal reflejaban las luces de la ciudad, un mosaico de destellos fríos que parecían burlarse de la calidez que Gabriela Rivera intentaba proyectar. Sentada a la cabecera de la mesa, con las manos cruzadas sobre una carpeta de cuero negro, su rostro era una máscara de determinación, pero por dentro, su corazón latía como un tambor de guerra. Cada golpe era un eco de la traición de Fernando, de ese 30% que le habían arrancado como carne de su propia piel. El sudor le picaba en la nuca, pero no lo dejó ver. No podía. No frente a los buitres que la observaban desde sus asientos, los accionistas de Ápex, con sus trajes caros y sus sonrisas de tiburón.

Fernando Solano estaba al otro lado de la mesa, impecable en un traje azul oscuro que parecía absorber la luz. Sus ojos, fríos como el acero, brillaban con una confianza q