NARRADOR OMNISCIENTE
La ciudad de Los Ángeles despertaba cada día bajo una niebla espesa, pero para Isabel Valente todas las mañanas eran iguales: frías, sin luz… sin él.
Llevaba dos semanas internada en la clínica de Evelyn y Teresa. El edificio, con su aroma a desinfectante y flores marchitas, parecía un refugio y una cárcel al mismo tiempo.
El embarazo seguía su curso, pero su cuerpo aún temblaba entre la vida y el colapso.
Los médicos decían que los bebés estaban fuertes, que su corazón resistía. Pero el alma de Isabel seguía vacía, como si la mitad de su ser se hubiese quedado atrapada en otro lugar, en otro cuerpo.
—Has comido poco —dijo Evelyn revisando la bandeja del desayuno—. Debes hacerlo, Isabel. Ya no es solo por ti.
—Lo intento… te lo juro—susurró ella—. Pero no tengo hambre.
Evelyn suspiró. Sabía que no se trataba del apetito. Era el duelo, el miedo, la sensación de que algo dentro de Isabel había quedado inconcluso.
—Si no haces el esfuerzo me vas a obligar a transfu