Lo Voy A Intentar

Él no tenía nombre. No reconocía la ropa rota, ni el tipo de arma que ese dia llevaba, ni las heridas que marcaban su espalda y su costado. El conductor que lo encontró —un pescador que vio un auto incrustado en la orilla y que creyó que la noche le exigía un milagro— lo había visto apenas con vida y lo había sacado del agua. Lo llevaron envuelto en una manta, con la sangre congelada por la lluvia y los labios azules, su respiracióneracada vezmás débil.

Los médicos hicieron su oficio: vendajes, imágenes, preguntas que no pudieron ser respondidas por nadie. El hombre despertó con un desconcierto que no es solo pérdida de datos; es una disolución de sí. Miró al techo, al rostro agotado de la enfermera, a las paredes blancas, y la sensación fue la de un viajero sin pasaporte que cae en un país que habla su idioma pero cuyos caminos le son extraños.

—¿Cómo se llama? —preguntó la enfermera.

Él frunció el ceño, buscó en la garganta, en la memoria, en el cuerpo. No encontró nada, absolutamen
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