El Reencuentro

Dos semanas después de aquella noche, regresé a la ciudad.

Mi amiga me había ofrecido quedarme en su casa hasta que resolviera dónde vivir. Ella tenía una habitación de huéspedes libre y se lo agradecí.

Lo que no sabía… era que el infierno apenas comenzaría en esa casa.

—¡Isabel! —gritó Sam, corriendo a abrazarme apenas abrí la puerta—. Te ves increíble, joder. ¿Qué diablos hiciste?

—Divorciarme.

—¿Y qué más?

—Irme a vivir a Europa. Ponerme en forma. Reconectarme conmigo misma. Y tal vez… tirarme a un dios griego.

Samantha me miró con ojos grandes.

—¡¿Qué?!

—Olvídalo.

—No, no, no. ¿Te tiraste a un dios griego?

—No literalmente, obviamente —mentí—. Pero se parecía. Alto, guapísimo, mirada intensa…

—¿Y buen polvo?

Sonreí con picardía.

—Sobretodo eso. El mejor de toda mi puta vida.

—Quiero detalles.

—No los tengo. No sé su nombre. No sé nada de él.

—¿Qué?

—Fue en el baño de un club. Estaba tan… borracha de vida, que solo me dejé llevar.

Samantha soltó una carcajada.

—Sabía que debajo de esa diseñadora millonaria, había una zorra lista para resurgir.

—¿Zorra?

—Zorra en el mejor sentido. Sexy. Atrevida. Libre.

—Entonces sí, resurgí. Jajajajajaja

Ambas reímos. Era bueno estar de vuelta.

Me llevó a la habitación de huéspedes. Era amplia, elegante, con un vestidor más grande que mi primer apartamento.

—Instálate. Esta es tu casa por el tiempo que necesites.

—Gracias, Sam. Eres la mejor.

Mientras bajaba por las escaleras con una copa de vino, Samantha estaba en la cocina hablando con un hombre de espaldas. Alto. Amplio. Firme.

Estoy segura de que conozco esa silueta, es demasiado difícil de olvidar.

Cuando se giró…

se me cayó el alma junto con la copa.

Ese pecho. Esa mandíbula.

Esos ojos. No podía ser.

—¿Tú? —susurré, sin aire.

Él me miró con calma… y sonrió con arrogancia. Y corrió luego junto a Sam al ver la copa hecha añicos en el suelo.

—¿Nos conocemos? —preguntó, como si no recordara cómo me folló en un baño, cómo me hizo gritar de placer.

—¿Estás bien, Isa? —preguntó Sam con evidente preocupación.

—Sí… sí, solo… no lo esperaba. Se…me resbaló al tropezar.

—¿Segura amiga?— asenti con una sonrisa forzada—Ven vamos a la sala, Lora se encarga de esto.

Los tres nos dirigimos hasta la sala de estar, pero honestamente mis piernas apenas me obedecían, estaba nerviosa y no sabia como manejar esta situación.

—Isa… te presento a Jareth, mi hijo mayor —dijo Sam. Derrumbando todo mi sueno fantasioso —. Jareth, ella es Isa, mi mejor amiga.

Mi respiración se detuvo.

Jareth. Mi polvo salvaje. Mi dios griego.

El desconocido que me hizo olvidar toda la m****a que habia pasado con Ricardo, resulta ser el hijo de Sam. Tiene que ser una bofetada del destino.

—Un placer —dijo él, tendiéndome la mano con una sonrisa ladina—. Creo que no nos hemos visto antes. ¿O si?

—Claro que no —solté con rabia contenida, en un pequeño murmullo —. Jamás te había visto y supongo que tú a mi tampoco

Su mirada se oscureció apenas. Pero mantuvo la calma.

—Asi es, tía— Esbocé una sonrisa torcida, atrapada entre la sorpresa y la rabia, y aparté la mirada un segundo para recuperar el control. En realidad no me molesta que me llame tía, bueno si, pero ese tono ironico me desesquilibra— Aunque te hubiera visto antes…, dudo que te olvide tan fácilmente.

Maldito mentiroso.

Jugaba.

Y yo… no estaba para juegos.

Samantha nos miró confundida.

—¿Pasa algo? ¿Mi hijo te ha molestado antes Isa? Porque si es así—Le lanzó una mirada fulminante a Jareth mientras el levantaba las manos para objetar—Lo voy a apalear.

—Nada —dije, sonriendo con los labios pero no con los ojos—. Solo recordé un error. Uno que no volveré a cometer. A tu hijo jamás…lo había visto. Solo en una foto y estaba…más joven.

Él soltó una risa baja.—Jamás le faltaría al respeto a la mejor amiga de mi madre.

Estaba jugando con fuego y tenia que pararlo, maldito mocoso. ¿Y por qué mierdas es tan varonil, guapo, sexy y….? Basta Isa, ese hombre es prohibido.

—Si llegaras a hacelo, te enseñaría a respetar.

—Interesante. ¿Siempre eres tan directa?

—Solo cuando alguien lo merece.

Nos quedamos mirándonos. La tensión era palpable.

—¿Entonces? —dijo Sam, rompiendo el silencio que se había instalado como una nube pesada—. ¿Un trago para celebrar que Isa está en casa?

Jareth sonrió de lado, sin apartar sus ojos de mí.

—Por mí, encantado.

Yo solo asentí, con el corazón golpeando como loco. Me obligué a sentarme lejos de él, pero termine quedando frente a frente, consciente de cada paso, de cómo su mirada quemaba mi piel.

Sam fue por las copas. Jareth se sentó frente a mí, cómodo, relajado… el muy cabrón parecía disfrutar esto.

—Tía —repitió en el mismo tono ironicoy tal vezdespectivo, en un susurro que solo yo oí—. ¿Siempre tan dulce?

Lo miré fijamente, intentando que mi rabia pesara más que el calor que ese tono me provocaba.

—Siempre tan idiota —repliqué, apenas moviendo los labios, como si estuviera sonriendo.

Su sonrisa se ensanchó.

—Qué carácter. No lo vi venir, la verdad.

Me incliné ligeramente hacia él, bajando la voz, con los ojos clavados en los suyos.

—Te sugiero que no juegues conmigo, Jareth. Lo que pasó, pasó. No existió. Y no va a volver a pasar. Fue solo un maldito…error.

Sus ojos se oscurecieron un segundo.

—¿Estás tan segura, Isa?

Por dentro sentí que me desmoronaba, pero me mantuve firme.

—Más de lo que puedes imaginar.

Sam volvió, interrumpiendo ese momento que parecía al borde de incendiarse. Nos sirvió vino y se dejó caer en un sillón.

—Cuéntenme, ¿qué hicieron hoy en especial tú, Jareth? —preguntó, sin sospechar nada.

—Lo de siempre —dijo Jareth, como si nada—. Trabajar. Y ahora… disfrutar de la mejor compañía.

Lo miré, fulminante. Pero él seguía tranquilo, jugando a dos bandas: el hijo perfecto para Sam, el provocador para mí.

—Me alegra que estés aquí, Isa —añadió Sam, tocando mi brazo—. Sé que todo va a mejorar ahora.

Yo sonreí, o fingí hacerlo.

—Eso espero, amiga.

Pero en el fondo lo sabía: no iba a mejorar. Acababa de empezar el verdadero problema.

La velada continuó entre risas forzadas y comentarios que, al menos de mi parte, no tenían alma. Yo intentaba concentrarme en Sam, en su charla, en el vino... pero era imposible ignorar a Jareth. Cada vez que bajaba la guardia, lo encontraba mirándome. Como si quisiera desarmarme. Como si ya lo estuviera logrando.

Sam se levantó un momento.

—Voy por el postre. No se peleen, ¿eh? —bromeó, sin imaginar la guerra secreta que se libraba en esa sala.

En cuanto su figura desapareció por la puerta, sentí el peso de la mirada de Jareth de lleno.

—No deberías provocarme así —murmuró, su tono bajo, tan peligroso como seductor—. No sabes con quién juegas.

Tragué saliva. Lo miré, y mi propia voz me sorprendió por lo firme.

—El que empezó fuiste tú. Así que no vengas a hacerte la víctima.

Se inclinó hacia mí, lo suficiente para que el aire se volviera denso.

—¿Víctima? No, Isa. Si algo quiero, es ser culpable.

Ese maldito. Ese maldito y su sonrisa arrogante. Y esa voz que parecía hecha para derretir mis defensas. Para derretirme completa.

Me aparté apenas, lo justo para poner un poco de espacio.

—Te lo advierto, Jareth. No soy un juego. No vuelvas a acercarte así.

—¿Y si no quiero alejarme?

La respuesta me quedó atrapada en la garganta porque Sam regresó en ese momento, con bandeja en manos.

—¡Aquí está! —anunció, dejando el postre sobre la mesa—. ¿De qué me perdí?

—De nada —dije yo, con una sonrisa que me dolió en el alma—. Tu hijo es un encanto, como siempre.

Jareth alzó la copa hacia mí, con esa mirada que prometía guerra.

—Y tú, tía, eres un descubrimiento.

La noche se volvió un campo minado. Cada palabra, mirada… me recordaban que no estaba a salvo. No de Jareth. Y, peor aún, no de mí misma.

Porque no estaba segura de si podía negarme a rendime a sus encantos.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP