Esa noche apenas dormí. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía. Esa maldita sonrisa, esos ojos que parecían desnudarme sin permiso, esa voz que resonaba en mis oídos como un eco maldito.
Jareth. El hijo de Sam, mi mejor amiga. El hombre que nunca debió cruzarse en mi camino. En quien no debo poner mis ojos. Por la mañana, me desperté temprano, intentando ordenar mi mente y mi respiración. Me duché, me vestí con algo sencillo —vaqueros ajustados y una blusa blanca— y bajé a la cocina. Necesitaba café. Urgente. Pero claro, esto no iba a ser fácil. Ahí estaba. Jareth. Sentado en la isla de la cocina, con una taza en la mano y ese aire de hombre que sabe exactamente el efecto que causa. Es que se ve tan jodidamente sensual y varonil. ¿Qué me has hecho, Jareth Lombardi? —Buenos días, tía —saludó, con esa maldita sonrisa ladeada. Sabe que me molesta que me llame de esa forma. Pero se que lo hace para cabrearme. —No empieces, ¿que no trabajas?—le advertí, sirviéndome café sin mirarlo. —¿Empezar? ¿Con qué? Solo quiero ser amable.—sentía el fuego de su mirada en mi espalda y podía imaginarme su tonta sonrisa llena de arrogancia. — y si trabajo, Isa. Pero hoy es domingo, descanso. Me giré, apoyándome en la encimera. —Escucha, Jareth. Esto se terminó antes de empezar. Fue un error. Uno que no pienso repetir. ¡Estaba borracha, entiéndelo de una vez! Se puso de pie y acortó la distancia entre nosotros. Su presencia era demasiado. Olía a madera, a café y a peligro. Y su mirada por un momento se oscureció, no se descifrar si fue por deseo o enojo o tal vez ambas. —¿Y si yo no lo vi como un error? Se que te gustó tanto como a mí. Tragué saliva. —Pues ese es tu problema, no el mío. Sus ojos buscaron los míos, serios por un instante. —No soy un crío, Isa. No juegues conmigo si no quieres quemarte. Antes de que pudiera responder, la voz de Sam rompió el momento. —¡Buenos días! Qué maravilla verlos llevándose tan bien. Yo sonreí, forzada. Jareth solo se encogió de hombros y volvió a su café. —Isa, ¿me acompañas hoy? Voy a ver un local para mi nuevo negocio y quiero tu opinión. —Por supuesto —respondí, agradecida por la excusa para salir de esa casa. Las horas pasaron entre visitas a locales, cafés con Sam y charlas que intenté disfrutar. Pero en el fondo, mi cabeza seguía atrapada en esos segundos de tensión, en ese roce de peligro que Jareth representaba. Ya había tomado la decisión desde ayer de mudarme, no puedo seguir bajo el mismo techo que él, pero conozco a Sam y se que si decido salir de la casa ella sospechará. Al volver a casa, Sam recibió un mensaje urgente y salió de inmediato, dejándome sola. O eso creí. Subí a mi habitación y decidí darme un buen baño. Pensar en él me calentaba mas de lo que imaginé y tenerlo tan cerca me estaba asfixiando. Sali de la ducha envuelta en una toalla y de pronto senti que no estaba sola. Jareth estaba en la puerta con una sonrisa torcida. Apoyado en el marco, brazos cruzados, mirada fija rn mí. Y como si el destino o Dios mismo estuvieran en mi contra la toalla cayó. Me quedé paralizada, el aire en ese momento se condensó. — ¡No te atrevas a mirarme, Jareth! ¡o juro que te mato!— el muy imbécil solto una sonora carcajada que me hicieron enfurecer. Tomé la toalla a la velocidad de la luz y me la coloqué. Retrocedí varios pasos lejos de él cuando empezó a acercarse. —¿Acostumbras a huir siempre, Isa? —No estoy huyendo. Estoy evitando problemas. Y tú no me lo estás poniendo muy fácil que digamos— le respondí enojada. Se acercó, despacio. —¿Y si el problema soy yo? Mi corazón latía como loco. ¿Por qué? Solo fue una noche cualquiera, una noche que pudo ser con cualquiera. —Entonces mantente lejos. Se detuvo frente a mí, tan cerca que podía sentir su aliento. —Lo intento. Te lo juro. Pero es imposible.— Me dijo con voz grave, baja. Me observó con lujuria, deso y esa hambre que solo había visto esa noche donde cruzamos una línea que no debió pasar. Antes de que pudiera decir algo, bajó la mirada a mis labios y supe que estaba perdida. —Jareth...— intenté detenerlo, pero mi voz carecía de firmeza y convicción. —Dime que no quieres —susurró—. Dímelo y me voy ahora mismo. Lo miré. Quería decirlo. Quería gritarlo. Pero el silencio me traicionó. Y entonces lo sentí. Sus labios rozando los míos, apenas un roce, un suspiro compartido que encendió cada parte de mí. —Esto es un error... —alcancé a decir, sin fuerza. —El mejor error de mi vida —murmuró, antes de besarme. Solo quedamos nosotros, el calor, la locura y ese abismo al que nos lanzábamos sin red. Me despojó de la toalla de un tirón, lanzándola lejos y se detuvo a verme de arriba abajo como si quisiera comerme solo con sus ojos. Yo le arranqué la camisa, impaciente, y dejé que mis manos exploraran sus cuádriceps —o como se llamen— firmes, tensos, perfectos. Era un hombre exquisito. Delicioso. Y esos tatuajes simples, pero jodidamente sexy y exquisitos en su piel. —Boca cerrada —ordenó con voz grave, y antes de que pudiera replicar, tomó su corbata y la ató en torno a mi boca, como una mordaza improvisada. Me miró desde arriba, con esa mezcla de lujuria y dominio que me hacía mojarme más. Me empujó con fuerza hacia la cama y me giró sobre el vientre. Un chasquido seco resonó en el aire: el sonido de su cinturón saliendo de los pasadores. Lo siguiente fue el cuero envolviendo mis muñecas, sujetándolas firmes al cabecero. ¿Pero…qué está haciendo? —Vas a hacer lo que yo diga. Y solo cuando yo te lo permita. Sin pensarlo asentí, con el corazón enloquecido, la adrenalina del momento. ¿Qué estoy haciendo? ¿Por que no puedo simplemente decirle que no? Sentí su mano recorrerme la espalda, bajar por mi trasero expuesto. Luego, el primer azote. Caliente. Preciso. Justo lo suficiente para hacerme gemir detrás de la mordaza. Mentiría si dijera que no me gustó, me excito mucho más de lo que ya estaba. —Así me gusta, receptiva, sumisa—murmuró. Me dio otro. Más fuerte. Y otro más, seguido de una caricia suave entre las piernas. Estaba empapada, pero no solo por las gotas de agua que aun tenia por la ducha reciente, no, estaba empadada de deseo, excitacion al máximo. Mi cuerpo rogaba por él. Y él lo sabía. Separó mis piernas con las rodillas y me penetró de una sola embestida, profunda y dominante. Grité, pero la corbata ahogó el sonido. Me follaba con fuerza, con ritmo, con control absoluto. —Eres mía esta noche, esta y todas Isa. Solo mía. Sus manos me agarraban con fuerza por la cintura, marcándome como suya y esa noche lo fui y la anterior lo fui. Cada embestida era un castigo y una recompensa a la ve. Me llevaba al borde y me retenía ahí, jugando con mi cuerpo como si le perteneciera. —No acabarás hasta que yo lo diga —gruñó, mordiendo mi cuello—. Y cuando acabes… vas a suplicarme que no me detenga. Asentí, estaba extasiada por el placer y la lujuria. Con cada latido. Con cada temblor. Con cada orgasmo que él provocaba… y que me obligaba a repetir. Su cuerpo se movía sobre el mío con un ritmo brutal, calculado. No había ternura, solo hambre. Dominio. Un deseo salvaje que me hacía sentir viva, deseada… completamente sometida. Querida, deseada. Me soltó las muñecas solo para girarme, aún suya. —Quiero verte temblar de placer, vente para mí, Isa.—Me susurró al oido mientras mordisqueaba el lóbulo haciendome gemir. Mi espalda chocó contra las sábanas y mis piernas se abrieron instintivamente para él. Su mano fue directa a mi cuello, ejerciendo presión con seguridad, ésa que me hizo estremecer de puro placer y no pude contener el orgasmo. —Mírame a los ojos mientras te liberas para mi —ordenó, y yo…obedecí. Sus embestidas me partían en dos, cada movimiento más profundo, más castigador. Mi cuerpo temblaba como nunca antes, mis piernas se cerraban sin control alrededor de su cintura por los orgasmos que me daba, uno detras del otro. —¿Estás aprendiendo a obedecer, preciosa? —ronroneó cerca de mi oído—. Eres un maldito veneno y lo quiero todo, aunque muera por el. Una tentación que no estoy dispuesto a soltar. Metió dos dedos en mi boca, obligándome a chuparlos mientras seguía bombeando dentro de mí, sin piedad. Yo gemía, lloraba de placer, me arqueaba contra su cuerpo buscando más, siempre más. —Quiero verte rogar, nena. Dímelo —exigió—. Dime lo mucho que quieres que te rompa ese lindo coño —Por favor… —jadeé, con la voz temblorosa—. Más… dame más… fóllame como si me odiaras. Sonrió. Esa sonrisa torcida, salvaje, peligrosa que me desalmaba. Y me destruyó. Me empujó otra vez contra el colchón, con ambas manos sobre mis caderas. Me tomó con tanta fuerza que me sentí suya de verdad. —Vamos hermosa, vente una vez más para mi.— y lo tuve, otra vez y detrás de ese dos más. Cada orgasmo me sacudía con más fuerza que el anterior. Grité, temblé, lloré… y él no se detuvo. Solo cuando mi cuerpo ya no podía más, cuando mis piernas estaban hechas trizas y la cabeza me daba vueltas, bajó el ritmo… y me besó. Un beso intenso, húmedo, posesivo. Dominante. —Nadie más te tocará así—juró entre dientes—. Porque ahora, jodidamente, me perteneces. Y el resto fue desenfreno. Una noche. Un escape. Un secreto.